Pocos se opondrían a la idea de que el abuso de drogas es negativo para el bienestar y peligroso para la vida. Sin embargo, no sería tan sencillo convencer de esto a una víctima de la adicción, en plena euforia, por la dosis recién administrada. El problema de ciertas adicciones no es que sean objetivamente dañinas en el largo plazo, sino que son psicológica y físicamente placenteras en lo inmediato. A veces el camino a la muerte está empedrado de burbujas de bienestar y curvas de placer.
La doctrina económica dominante no dista mucho de ese perverso mecanismo. En cada región, la droga se ha administrado por una vía diferente. En la nuestra, la especulación urbanística inyectada mediante corrupción intravenosa ha sido la «mezcla» preferida por las élites. Durante un tiempo, esta droga recorrió nuestro organismo dando cierto placer en forma de trabajos ligados a la construcción, un relativo acceso a la vivienda y el consumo, y una cierta euforia macroeconómica. No obstante, los síntomas perjudiciales también fueron notorios: destrucción de entornos naturales, precarización del empleo e injusto reparto de riqueza, entre otros. Con la crisis, llegó el fin del suministro barato de la droga y el comienzo de un doloroso síndrome de abstinencia en forma de paro, desahucios, pobreza, recortes y drama social. Así las cosas, parece que hoy estamos en una clara disyuntiva: o buscar desesperadamente una nueva dosis (o una nueva droga) que, de nuevo, provoque beneficios inmediatos al precio de mantener una adicción injusta e insostenible; o explorar modelos alternativos sostenibles que perjudiquen nuestro organismo.
El gobierno PP-C’s en Orihuela parece que ya ha elegido. Hace unos meses, El Mundo informaba que «Orihuela Costa es el lugar donde más viviendas se construyen en España». La promoción del turismo de golf y concesión de licencias para cementar el litoral con viviendas y piscinas privadas es una constante en nuestra ciudad. Esta semana, se autorizaban 270 casas más en Orihuela costa. En la misma línea y hace unos meses, un conocido grupo inmobiliario anunciaba que preveía construir más de 600 viviendas en nuestra costa, con una inversión superior a 100 millones de euros que implicaría, según ellos, 5.000 puestos de trabajo.
Sería peligroso, sin embargo, dejarse llevar por la euforia económica de estas noticias sin analizar sus efectos secundarios. En primer lugar, si algo demuestra la experiencia es que los pronósticos se los “lobos” de la construcción rara vez se aproximan a la realidad, de hecho sus “errores de cálculo” suelen implicar suculentos beneficios para algunos de ellos y enormes sufrimientos para la mayoría de trabajadores. Por otra parte, incluso el empleo que eventualmente se crease al abrigo de esta nueva burbuja inmobiliaria será forzosamente temporal y precario. Uno puede invertir eternamente en cuidar la naturaleza, atender a ancianos o educar niños, pero no se pueden construir nuevas viviendas eternamente. ¿Significa eso que debemos tener animadversión al sector de la construcción? En absoluto, hay mucho empleo necesario y ligado a este sector: restauración de patrimonio, adaptación de accesibilidad y eficiencia energética en viviendas, infraestructura pública, remodelado y mejora del trazado urbano…etc.
La clave es subordinar al sector de la construcción a las necesidades de un modelo más amplio y sostenible capaz de generar bienestar y cuidar nuestro entorno sin hipotecar nuestro futuro ni crear desigualdad, como viene sucediendo hasta ahora. Una economía basada en cuidar al ser humano y la naturaleza puede perdurar; una que dependa del cemento, no. La clave es que no serán las viejas y corrompidas élites las que permitirán explorar ese cambio. Ahí estriba la diferencia entre una sociedad sana que se desarrolla de forma saludable y otra enferma que va de «pico en pico» de heroína urbanística: brotes de placer seguidos de un rápido deterioro de la vida.
Pese a que el gobierno local se ha revelado cómplice de ese viejo y fracasado modelo, la buena notica es que la corriente de cambio cada vez más fuerte de nuestro país puede comenzar a construir una alternativa.
La «especialización» financiero-inmobiliaria de la economía española no es un fenómeno reciente ni aleatorio, ni siquiera puramente local. Antes al contrario, fue resultado de un modelo promovido durante la segunda parte del siglo XX por diversos gobiernos estatales y autonómicos.
Por ello, este 26J, tal como dijimos en diciembre, cuando votamos, también estamos apostando por un modelo de ciudad alternativo. Un gobierno central que abra el camino hacia un cambio del modelo productivo, la recuperación de nuestra industria, el estímulo de la economía social y ecológicamente sostenible y que no tenga miedo a enfrentar el necesario debate sobre cómo creamos y distribuimos la riqueza, puede ser la mejor noticia para empezar a construir otra Orihuela. Si PP-C’s quieren que Orihuela siga muriendo en su adicción al cemento, quizá la oportunidad para desintoxicarnos pueda venir de la mano de un nuevo país.
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