Mateo Marco Amorós / Bardomeras y Meandros
Joaquín Marín / Fotografía
«Videoclub» es el título con el que Aarön Sáez se estrena como novelista. Que no como escritor. Y menos como creador. Pues Aarön Sáez lleva tiempo hablándonos con la música. Con la de Varry Brava por ejemplo.
Entre las muchas cosas que agradezco a nuestra profesión está la de permitirnos la relación con jóvenes que nos levantan liebres sobre literaturas y músicas que por nuestras orejeras de mula nos pasarían desapercibidas. Así también las sugerencias de nuestras hijas que hacen de sus gustos, compartiéndolos, nuestros gustos. Igualmente sea nuestro agradecimiento para el librero Vicente Pina, de Librería Codex, siempre atento a novedades. Y qué voy a decir al respecto. Pues que con estas cosas rejuvenezco. Porque disuelven el aroma a alcanfor de mis querencias, aireándolas, ampliando perspectivas.
Aprecio los horizontes abiertos. Pero no pretendíamos hablar de nosotros. Pretendíamos hablar de un libro. De esa novela con la que Aarön Sáez nos ha regalado una tarde entretenida. Editada con exquisitez por La Fea Burguesía, en veintiocho capítulos más epílogo, ofrece un variado paseo entre presente y pasado. Un pasado reciente, sí; pero irremediablemente pasado al que pretende aferrarse el protagonista David entre realidades y sueños. ¿Un friki?… Más bien un entrañable nostálgico pretendiendo perpetuar un tiempo. Todo narrado con una batería de recursos que, a pesar de que el autor minusvalore huyendo de vanidades, demuestra un buen quehacer literario. Desde la prosa juvenil desenfada hasta el estilo narrativo tradicional de los cuentos clásicos. Según capítulos o situaciones. También, desde el trepidante diálogo casi telegráfico y desdeñoso de normas gramaticales de los whatsapp, al paciente y ordenado estilo epistolar de antaño. Por otro lado, los lectores de Orihuela reconocerán espacios y elementos urbanos que aun transformados con las libertades que tolera la literatura son claramente reconocibles. Licencias creativas que el autor administra a su antojo para nuestro deleite. Una Orihuela que al cabo, en la globalización, resulta universal.
Así que les recomiendo que se pasen por este «Videoclub». Un afectivo tributo de amistad en un intento de coagular un tiempo pasado, acaso mejor, sobre todo cuando la memoria se aferra a ternuras.
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