Oficios
Mateo Marco AmorósSi para finales del siglo XVI, el número de habitantes de Orihuela –unas once mil o doce mil personas obtenido al multiplicar el coeficiente de 4 ó 4,5 por 2.400 vecinos que nos dicen las fuentes– nos permitía corroborar la importancia de la ciudad, la más insigne después de la capital del reino; otro dato que nos proporciona el historiador José Ojeda Nieto redunda en la relevancia de la ciudad (Véase: José Ojeda Nieto, «La ciudad de Orihuela en la época de auge foral (siglos XVI-XVII)». Cuadernos de temas oriolanos, nº 3, Ayuntamiento de Orihuela, 2007).
Se trata de la diversidad de oficios que existía en Orihuela. Diversidad que nos muestra una urbe dinámica. Al margen de agricultores, que eran mayoría en la época, los padrones, en especial el de 1545 –como desentraña Ojeda Nieto– nos hablan de maestros danzantes, maestros de esgrima, maestros de primeras letras y maestros de latín, guitarreros, relojeros, vidrieros, naiperos –esto es, fabricantes de naipes–, pintores, escultores, plateros, vendedores de nieve, «piloters» –esto es, según el «Diccionari català-valencià-balear» de A. M. Alcover y F. de B. Moll, fabricante o vendedor de pelotas aunque también el que juega a la pelota–, ensalmadores –esto es, curanderos–, verdugo, prostitutas, carreteros, carpinteros, herradores, polvoristas… Tal variedad denuncia servicios y actividades propias de una gran ciudad que, sobre todo a partir de 1564 se beneficiaría de su carácter episcopal, además de ser cabeza de gobernación y capital comarcal.
También en el urbanismo se refleja lo sobresaliente de la Gran Ciudad. La existencia de múltiples plazas y plazuelas, hasta doce o trece por lo menos, confirma la elevada categoría de Orihuela. Ojeda nos describe con detalle la Plaza Mayor, la del Puente o del Mercado que será la Plaza Nueva, la Plaza de la Puerta Nueva y la Plaza del Raval Roig que será la de Monserrate.
Los edificios, religiosos y civiles, también nos hablan de una ciudad grande y muy viva. Muy activa. Conventos, iglesias, ermitas, hospitales, palacios, pósitos, imprenta, tabernas –hasta veintidós–, paradores de carros, pósitos… Como otros espacios urbanos o periurbanos como paseos y alamedas que hermoseaban la ciudad. No nos quitamos de la cabeza esa alameda que nos cartografió Antonio José Mazón Albarracín que nos llevaba desde San Agustín hasta San Gregorio y que nos permitió un paseo refrescante y delicioso entre la huerta y la ciudad, entre el pasado y el presente.
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