Derribos
Mateo Marco Amorós«Se produjeron unos terremotos en el territorio de Tudmir […] Aquello se produjo después del año 440 y duró aproximadamente un año. Todos los días se presentaba varias veces: no pasó ni un solo día ni una sola noche en que aparecieran estos terremotos. Las casas se derrumbaron, las torres se abatieron, así como todos los edificios altos. La mezquita mayor de Orihuela se derrumbó junto a su minarete; la tierra se abrió por toda la nahiya de la hawma [territorio]». Así tradujo el historiador Emilio Molina López el texto de al-Udrí escrito en el siglo XI refiriéndose a unos terremotos de entonces. El 440 de la hégira sería el 1048/1049 cristiano (Véase E. Molina López, «La cora de Tudmir según al-‛Udrí». En «Cuadernos de Historia del Islam, 4, 1972).
«Las casas se derrumbaron, las torres se abatieron, así como todos los edificios altos…» Esto por los terremotos, endemia y riesgo geofísico del lugar. Pero en el lugar que ocupa la Gran Ciudad ha habido y hay otros «terremotos» que también derriban las casas, las torres, los altos edificios. El terremoto de la desidia, por ejemplo. Que es indolencia y abandono. Letal cuando se ceba en las techumbres. Y no menos por estos pagos el terremoto de la codicia, vinculado a la especulación urbanística. Por ejemplo, también.
En Orihuela, una noche de abril de 2002, entre la plaza del Marqués de Rafal –antes Ramón Sijé– y la plaza Teniente Linares –ahora de la Soledad– se derrumbó el noble edificio conocido como Casa del Inquisidor o Palacio Ruiz de Villafranca, residencia de linajudos y religiosos hombres en el tiempo pasado de la Gran Ciudad. Y ahora ahí sólo queda, en solitario, un escudo solo mirando a la plaza de la Soledad. Escudo y solar. Vacío y aire.
Recuerdo cuando el arqueólogo villenense don José María Soler nos contaba con ironía y teatralidad, amigas de su inteligencia, el deterioro que todas las noches sufría una hermosa finca y caserón en La Corredera de Villena, enfrente de su casa. Nos decía que estos edificios de cierto interés arquitectónico solían caerse por la noche. Como si el peso del relente aumentara el peso de la mole y todos los seres abominables nocturnos minaran estructura y cimientos. La realidad era, como él observaba, que por la noche los ocupantes de aquel edificio arrojaban cornisas y tiestos para simular ruina y peligro inminentes. «Terremotos» y derribos.
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