Vaciando el aire de las caracolas…LXXXVIII

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Saludo

Saludo

Mateo Marco Amorós
 

Cuando en enero de 1927 el reto entre los atletas Lledó y Morant «el Meló» corriendo desde Alicante a Orihuela, «Meló» actuó como «embajador» de los oriolanos residentes en la capital entregando en el Ayuntamiento de Orihuela un escrito acompañado de setenta y ocho firmas. Escrito que leyó en voz alta el alcalde accidental don Ascensio García Mercader –el titular era Franciso Díe Losada–, escrito que reproduce «El Pueblo de Orihuela» cuando publica la crónica de la carrera (Véase «Acontecimiento Deportivo. La Carrera de Alicante a Orihuela». En «El Pueblo de Orihuela», 18.01.1927).

El texto firmado por los oriolanos ausentes, en el que califican a «Meló» como «bravo domador de la voluntad», es un saludo y canto a Orihuela desde la distancia, canto entonado con voces tópicas de un romanticismo ya trasnochado para 1927 pero muy propio de esa literatura de Juegos Florales, romanticismo caducado pero paradójicamente inmortal porque pervive, incluso en la actualidad, en no pocos protocolos festeros. No obstante el discurso nos interesa por las imágenes que se dibujan de la ciudad vivida y sentida en la distancia. Añorada. La ciudad y algunos de sus símbolos de identidad. Así, tras el saludo cariñoso se suceden los tópicos jocfloralescos, las palabras utilizadas como fuegos de artificio; los tópicos y la insistencia por demostrar un insuperable amor a la patria chica y a sus elementos más representativos. Porque para los oriolanos ausentes, residentes en Alicante, Orihuela es «madre y novia, dicha y esperanza», «tierra bendita», «relicario de nuestras alegrías y sepulcro de nuestros antepasados.»

Aludiendo a los símbolos, en el texto, no podía faltar alguna referencia a la Patrona de Orihuela, a la Virgen de Monserrate, «la más hermosa de las rabalocheras» –dice el escrito. A la Patrona y al Oriol, «bandera nuestra (…) que simboliza las glorias de esa vieja ciudad de Teodomiro; cuyas murallas son símbolo de su grandeza pasada y lección para su grandeza futura porque nos hablan de la Patria». Y al decir «Patria», escrita con mayúscula, el texto la valora como elemento de unión para los pueblos «cuando las miserias de la política siembran en ellos la intriga.»

En 1927 España estaba bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera y, como en tantas dictaduras en aquella Europa de entreguerras, la política, asociada por los totalitarismos exclusivamente a los sistemas parlamentarios y de partidos, era denostada y acusada por sembrar fricciones entre los ciudadanos. Luego, cuando la dictadura de Franco… —No te metas en política —nos decían nuestros mayores.

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