Vaciando el aire de las caracolas…LXXXI

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Granado

 Granado

Mateo Marco Amorós
 

«La lima a mi derecha / y el arrayán enfrente / la parra trepó / a abrazar la granada.» Son versos de «El Dīwān de Ibn Jātima» traducidos por Soledad Gibert. Versos que muestran la atracción del fruto del granado. Ibn Jātima fue un poeta hispanoárabe nacido en Almería en el siglo XIV. En la misma época –nos lo cuenta Felipe Maíllo en su libro sobre «Los arabismos del castellano en la Baja Edad Media»– Ibn al-Jatib, otro poeta andalusí, recomienda contra el espasmo la ingestión de granado silvestre mezclado con otros productos. Concretamente prescribe: «La cocción de ácoro en compresas calientes y en ingestión bedelio de Judea, granado silvestre, hiel de chacal, erizo de mar salado, grasa de camello, y sangre de tortuga.» Actualmente, el consumo de granada se aconseja por ser generosa en antioxidantes, potasio, calcio, magnesio y vitamina C.

Jacques Brosse en su bellísimo libro sobre «Las frutas» nos explica que los romanos llamaban «malum punicum», esto es, manzana púnica –o de Cartago– a la granada. Porque la habían recibido de la colonia fenicia. Y que también, por el gran número de sus semillas, la denominaron «malum granatum». Manzana con granos, si traducimos literalmente.

Pero además de sus bondades salutíferas y del porqué de su nombre, nos interesa la atracción que produjo en poetas hispanoárabes esta peculiar fruta. Consultamos el libro de Henri Pérès «El esplendor de al-Andalus» sobre la poesía andalusí en el siglo XI y nos encontramos que ante una granada abierta, describiéndola, Ibn Sa’d al-Jayr pronuncia, comparando sí el fruto abierto con la boca de un león, este acertijo poético: «Ella –se refiere a la granada– habita a la sombra de las ramas, en un jardín cuyas ramas tienen un aspecto encantador. / Mientras que sus compañeras ríen de placer porque los ojos del cielo vierten lágrimas de lluvia / ella abre la boca como un león para dejar ver los dientes tintos en sangre.»

Y si seducción el fruto –lo recuerdo como uno de mis preferidos en mi infancia; ya con azúcar, ya bañado en zumo de naranja– no menos sus flores, comparadas por los poetas con manos de bellas mujeres, dedos de palomas o cajas de atractivas túnicas: «Admira el gran granado cuando aparecen sus flores: se diría manos de hermosas mujeres como estatuas teñidas con alheña, o dedos de palomas gris ceniza, o cajas que se han abierto para dejar ver túnicas centelleantes en su centro.»

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