Marruecos
Mateo Marco AmorósA la profesora Consuelo Salinas Trigueros
«El primer canto del almuédano, como el de los gallos, despierta al sol, lo levanta por el horizonte. La maquinaria del zoco, ese estómago urbano con tanta hambre, comienza a extender sus olores cambiantes desde la más nimia y delicada fragancia de la más diminuta especia hasta el hedor más repugnante de las pieles trabajándose. El zoco es un río de impresiones y de gente –¡Cuánta gente!–, es la vida exterior que se constata en la fricción sin fruición de los cuerpos, es el contacto sólido, distante, convencional e inevitable en el espacio reducido de una estrecha y sinuosa calle, es el trueque de los poros y el desorden ordenado de múltiples y variadas actividades, es el movimiento del universo reducido a los cánones más mínimos, la fuerza motriz de ese mundo urbano por donde desfilan rigurosas formas encarceladas, metidas en espaciosas telas.»
Hace unos treinta años, un joven estudiante escribía estas impresiones tras una estancia en Marruecos que le marcó para la vida. Aquel viaje le sedujo tanto que desde entonces sintió mucho más cerca la otra orilla, esa orilla tan próxima como esquiva en nuestra historia. Cárcel y sepulcro de reyes de Taifas, última morada de filósofos hispanoárabes, tierra de litigios, de barrancos de sangre, cuna de conspiraciones, de bellezas… Paisaje y gentes, le cautivaron. Atracción de un espacio que ahora deseamos sublime, en su nuevo destino, para la profesora Consuelo Salinas, compañera en la zozobra educativa. Compañera con la que hemos podido mantener diferencias pero, como sucede entre profesores, encaminadas al mismo fin: formar en la excelencia a nuestros jóvenes. Objetivo que ahora será, para Consuelo, en esa tierra fascinante.
El 25 de enero de 1832, recién llegado a Marruecos, el pintor Eugène Delacroix –nos lo cuenta Alain Daguerre– escribe a su amigo Pierret: «Hemos desembarcado en medio del pueblo más extraño (…). Habría que tener veinte brazos y cuarenta y ocho horas por día para dar abasto y dar una idea de todo esto (…). En este momento, soy como un hombre que sueña y ve cosas que teme que se le escapen.»
En pocos meses, el pintor realizó miles de acuarelas sobre Marruecos. Seguramente para que no se le escaparan esas cosas que soñaba y veía y que temía perder. Porque Marruecos seduce. Y quien dice a Delacroix dice a Bowles; o a Juan Goytisolo o… O, salvando las distancias, a aquel inquieto estudiante que mediando la década de los ochenta escribió sobre Marruecos y que hoy, menos joven, escribe con el deseo de que la entretenida voz de la profesora Consuelo Salinas, desde la distancia, le devuelva generosa y exquisita imágenes que le embelesaron.
Deja tu comentario