Vaciando el aire de las caracolas…LXIV

Publicidad

Cementerio

Cementerio

En el mismo número –»El Pueblo», 163 (01.06.1927)– donde Amonamantangorri describía como vista más bonita de Orihuela la perspectiva hacia poniente desde el puente de Levante, otro colaborador, Fray Agatángelo, prefiere el cementerio. Agatángelo es nombre del patrón de Elche y de un medicamento de entonces contra la diabetes: «Urano Arsau Agatangelo». Con el cementerio responde a la encuesta convocada por el semanario en 1927. —Orihuela no tiene nada tan admirablemente bello como la situación de su cementerio y la vista que desde allí se contempla —afirma el autor. Que por si no nos hemos enterado de su predilección rematará su colaboración escribiendo: «Por eso digo que el Cementerio es bello, lo más bello de Orihuela». Veamos por qué lo dice.

Primeramente quiere demostrarnos que es leído evocando, para nosotros forzado, el relato «Ciudad de los Muertos» –así dice por «La aldea de los muertos»– de Ruydard Kippling –así dice por Rudyard Kipling– y pasando a la descripción, comienza comparando la sierra oriolana con una muralla, «barrera infranqueable» donde termina «el mundo y la vida y a cuyas vertientes opuestas comenzara la eternidad». Sobre el fondo de esta muralla, brillan las cruces de los panteones, «albas cruces» –concreta– que brillan «como un fulgor de esperanza, con una nitidez de primer plano focal, detrás del cual se extiende el fondo desenfocado de la muerte». En la convocatoria del concurso, el semanario admitía, animándolo, un poco de romanticismo.

Tras la imagen de las cruces resplandecientes, alude a la huerta como «toda vida, toda rumores, toda fecundidad». Continúa una reflexión trascendente que, primero, niega sensibilidad a las plantas que nacen, viven y mueren para alimento de animales y hombres; segundo, alude a los animales como seres al servicio y alimento del hombre y… tercero, –aquí la trascendencia– afirma que «el hombre nace, vive y muere para Dios y la eternidad.»

Entonces, compara al hombre con el gusano de seda. Por «dormirse» tres veces: «Se duerme de la primera con el sueño de la inocencia; se duerme de la segunda con el sueño del pecado, se duerme de la tercera con el sueño de la muerte». Tras la muerte, dirá Agatángelo, «lo traen al cementerio y lo colocan en el zarzo de la madre tierra.» Ahí esperará el gran día para despertar como «mariposa reluciente de vida y de eternidad, […] entre el murmurio vital de la huerta y el silencio augusto de la sierra.»

Sé el primero en comentar

Deja tu comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*