Entre el pasto que devoraron las llamas el primero de marzo de 1876 en el incendio acaecido en el ex-convento de San Agustín, actual colegio de Jesús María-San Agustín, entre «algunas barchillas de habas secas, cajones vacíos y varios quintales de cáñamo» –véase «El Constitucional», Alicante 5.03.1876–, también se contaron «cerca de mil zarzos destinados a la colocación de los gusanos de seda».
Según nos informan Antonio José Mazón Albarracín y Jorge Belmonte en el estudio sobre «La Merced, San Gregorio y San Agustín» (De Orihuela, 2006), el 31 de marzo de 1870, las hermanas Antonia y Petra Vilar, propietarias del ex-convento desde 1868, «arrendaron por cinco años a Francisco García Lucas […] una accesoria marcada con el número uno, perteneciente al edificio que fue convento de agustinos (…)» y que: «Este local, incluía un piso superior en el que pensaban criar capullos de seda y una puerta por la que se accedía a la plaza de toros. Por ello el contrato incluía la obligación de entregar las llaves los días de corrida o función.»
Como «pensaban criar capullos de seda»… De ahí los zarzos. José Guillén García en su obra sobre «El habla de Orihuela» dedica dos capítulos al gusano e industria de la seda, el XXXIV y XXXV respectivamente. En ellos alude al «sarso» o entramado de cañas formando una superficie plana utilizado en diferentes estadios de la producción de seda. En primer lugar y especialmente para la cría de los gusanos que, aún pequeños, se ponían sobre un zarzo para alimentarlos con las hojas de morera hasta la primera limpieza consistente en apartarlos del lecho de hojas secas y cagarrutas. Después, según Guillén, «en un cuarto bien orientado, se arma la andana, serie de zarzos (ocho o nueve en total) sostenidos por anaqueles de mollijes que se traban con lías.» Los mollijes también eran de caña. Conforme iban creciendo los gusanos se pasaban algunos a los entramados vacíos, aclarándolos; dejándolos bajo la hoja, esto es, «asolaos» según la expresión popular.
Una vez diferenciados los que producían seda de los que no producían, se instalaba sobre los zarzos un conjunto de ramas –embojos–, de matorral (ya escobilla, ya albardín, ya bolaga, ya rabaniza, ya mata blanca…) donde los gusanos hilarían el capullo. Anteriormente al uso de maquinaria secadora también se utilizaban, para el secado del capullo una vez ahogado en vapor y muerta la crisálida, zarzos.
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