Carta
Mateo Marco Amorós
Volvemos a la visita que Alfonso XII realizó a Orihuela en octubre de 1879 para comprobar in situ el desastre de la riada de Santa Teresa y solidarizarse con las víctimas. No olvidemos que mientras sucedía la visita real, tanto en Murcia como en la Gran Ciudad y respectivas vegas, día tras día, seguían encontrándose cadáveres entre légamos, casquijos y bardomeras.
Si para conocer pormenores de la visita trajimos ayer la crónica del «Diario de Córdoba» en su edición de veinticuatro de octubre, hoy –permítasenos redundar– nos hacemos eco de «El Eco de la Provincia», diario conservador-liberal de Alicante que el veintiséis de octubre publicaba una carta del Alcalde oriolano, Matías Rebagliato, proporcionándonos más detalles sobre ésta. En la misiva, fechada el veintitrés, entre otras cosas dice:
«El Rey D. Alfonso XII, después de haber iniciado el socorro, que como chispa eléctrica penetró en todos los corazones españoles, ha venido personalmente a tomar parte en nuestros dolores y aflicciones; y Orihuela ha tenido la honra de verle recorrer sus calles enlodadas y conocer muchas de sus ruinas.»
Tras destacar la afabilidad del monarca, su ternura de padre y su solidaridad con los pobres, el alcalde nos informa de que el rey ha rezado «ante la sagrada imagen de nuestra Patrona (bajo cuya protección se han salvado las vidas de los que tan expuestos estuvieron a perecer) y ha ofrecido remitir para su adorno una corona de oro, y favorecer a Orihuela con su regia protección.» Sigue diciendo que la visita quedará grabada «en los fastos de Orihuela, y como uno de los consuelos que DIOS nos ha concedido.» Continúa la carta agradeciendo la bondad de José María Muñoz –el de la estatua de la plaza de Monserrate, antes en la plaza Nueva–, natural de Cabezuela del Valle (Cáceres) pero residente en Alicante, que se destacó por su generosidad con las poblaciones afectadas por el aguaducho como nos informó el cronista Galiano (Véase, Antonio Luis Galiano: «El Santo Negro». En «La Verdad», 21.10.2011).
En la misma carta, el alcalde Rebagliato, en nombre del Obispo y de otras autoridades, se compromete a garantizar el consuelo y «procurar que el honrado trabajo y la fraternal caridad, nos una sincera y religiosamente para afianzar la paz, defender el trono de D. Alfonso y su digno Gobierno; y para procurar la llegada de los felices días que debemos confiadamente esperar.»
Eran días de Restauración.
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