Normalidad
Mateo Marco Amorós«No les arrienda las ganancias Patronio a quienes por elección popular habrán de regir los asuntos de la república municipal. De aquí en adelante, los ediles tendrán que acostumbrarse a que sus labores sean apreciadas o despreciadas con mayor o menor crítica. Porque quien esperara salir del sufragio sólo en loor de multitud, o acaso en andas o peana como santo aclamado, va dado. Más le vale que vaya preparándose para la tunda pues en política muchos de los que proclamaron los vivas ayer, tornadizos, no serán los últimos en prender en la pira al mismo al que encaramaron en la poltrona.» Esto publicamos hace unos años en nuestro libro «Contemplación de la sorpresa», recogiendo los artículos que bajo el pretencioso pseudónimo de Patronio habíamos escrito en «El Eslabón» de Villena.
Luego, haciendo honor a Patronio, traíamos como ejemplo de dificultad del quehacer político –o de cualquier quehacer– el cuento inserto en «El Conde Lucanor» titulado «Lo que sucedió a un honrado labrador con su hijo» en el que padre e hijo, camino del mercado con una bestia, hicieran lo que hicieran (ir los dos a pie, ir uno u otro sobre el animal, ir los dos montados sobre el mismo…) se equivocaban a juicio de la gente. Así en la vida, así en política, porque tomar decisiones resulta difícil si se pretende querer agradar a todo el mundo.
Por motivo que no importa, el mismo día de la constitución de los nuevos ayuntamientos hemos tenido la posibilidad de estar, viaje relámpago, en dos ciudades importantes que han vivido significativos cambios en la composición política de sus corporaciones: Valencia y Barcelona. Pasamos el día en Barcelona y se respiraba la misma tranquilidad de siempre, si tranquilidad es muchísima gente visitando la ciudad. Por lo demás, siendo sábado, mucho personal de ocio. De compras. Practicando deporte. Normalidad. Luego, en la madrugada, nos tocó atravesar Valencia. Las lluvias, esas lluvias que como canta Raimon no saben llover, habían dejado un ambiente fresco. Era, ya lo hemos dicho, de madrugada. Y se recogían los amantes. Unos saboreando el último beso hasta la siguiente mañana. Bien que se les notaba en la cara. Otros escupiendo el último disgusto –¡Ay amor!– hasta la siguiente mañana.
Normalidad en las calles. Como si no hubiera pasado nada. Un respirar democrático desde la convicción de que la mayor inestabilidad es aquella que provoca la corrupción, nunca los cambios.
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