Vaciando el aire de las caracolas…CVIII

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Doméstica

Doméstica

Mateo Marco Amorós
 

Perdonarán los lectores que traigamos hoy un asunto en parte particular. Solo en parte porque también afecta a la Gran Ciudad. Más directamente a quien escribe y a sus vecinos pero tratándose de un problema urbano es al cabo un problema de todos. Acercándose las elecciones municipales cabrán los balances. Y los que en estos años han gestionado la urbe arquearán principalmente el haber y sus virtudes; los que aspiran a gestionarla incidirán en el debe y en los defectos del haber. Quede al margen de la lucha partidista nuestro comentario y, centrándonos, denunciemos lo que con las primeras lluvias de la primavera acabamos de vivir, reincidente y aumentado.

Vengan conmigo cuando llueva a la pretendida redonda que conduciéndonos por ejemplo desde la comisaría de la Policía Nacional nos lleva hacia Ociopía –esa que es cruce entre las calles Sol, Jaime I y Mota del Río– y verán cómo se encharca el barrio, especialmente el tramo entre esta pretendida redonda y la redonda donde termina la calle Francisco Tormo de Haro, donde el Registro de la Propiedad; e igualmente el tramo entre la pretendida redonda y Jaime I hasta el cruce con la calle Comandante Manuel Gimeno. Si en pasados aguaduchos (junio de 2008, septiembres de 2009 y 2012) sufrimos inundaciones en bajos y cocheras, denunciadas por los vecinos como ignoradas por el Ayuntamiento, vistos los efectos de las primeras lluvias de primavera, prevemos futuros siniestros. Aumentados por la chapuza.

Las obras efectuadas en las calles han potenciado los efectos de la arroyada. Sobre todo al eliminar en los recientes trabajos alguna arqueta de desagüe. Esto al margen de haber convertido la calle durante más de un mes en un escorial –materiales depositados durante días sin sentido y abandonados– que evidencia un trabajo tosco, malgastador y desdeñoso.

Si la sabiduría popular denuncia como imposible la cuadratura del círculo, en el caso de la redonda que nos ocupa, esta que decimos improvisada, podemos comprobar la imposibilidad –salvo destrozos– de discordar el cuadrado. Redonda que, cuando decidida, ha sido un cruce de peligros y, cuando realizándose, chapuza, ingeniería a lo Pepe Gotera y Otilio. Así vivimos un imposible forzado a posible desde la incongruencia. Y nadie parece haberse dado cuenta. Pero nos dicen que la redonda que calificamos improvisada está donde está porque el puente de Ociopía está donde no tenía que estar. Y entonces nos perdemos. Pero cuando llueve nos ahogamos.

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