A la deriva
Mateo Marco AmorósEn 1819 Géricault acabó su cuadro conocido como «La balsa de la Medusa». En 1847 el historiador Jules Michelet afirmó: «en esa balsa se embarcó toda Francia, toda nuestra sociedad a la deriva tras la caída de Napoleón.»
En 1816, dos de julio, la fragata Méduse, camino de Senegal, encalló frente a las costas de Mauritania. Lo acontecido en el naufragio, especialmente el comportamiento del capitán y sus oficiales, lo interpretaron muchos franceses como muestra de la corrupción y atraso del régimen borbónico de la Restauración. Derrotado Napoleón, los Borbones habían vuelto a ocupar el trono francés. El relato de lo ocurrido con la Méduse, publicado por dos de los supervivientes, denunciaba el comportamiento de los oficiales en la tragedia y constataba lo que es capaz de hacer el ser humano en situaciones límite. Géricault se entrevistó con algunos de los supervivientes y utilizó sus testimonios para recrear el cuadro, un cuadro de grandes dimensiones: casi cinco metros de alto por siete y pico de ancho.
En la pintura, por un lado, aun bajo nubarrones, se atisba la esperanza. Personajes que agitan trapos con ímpetu intuyendo el rescate. Pero por otro lado el cuadro muestra una realidad pesada, una realidad que hunde la balsa y que da la espalda a cualquier ilusión. Porque la realidad son también los cadáveres y ese viejo pensativo y derrotado que entre los cadáveres nos mira sosteniendo un cuerpo sin vida. ¿De su hijo?… Muerto el futuro, no caben anhelos. A su lado, otro protagonista, aunque indeciso, también sujeta un cadáver.
Cuando remiro el cuadro de Géricault y recuerdo al historiador Michelet me vienen las muchas balsas de la Medusa que día a día y noche tras noche navegan de orilla a orilla por el Mediterráneo. Náufragos en pateras de un mundo demasiado desigual, encallado en los arrecifes del egoísmo, en los bancos del sálvese quien pueda. Y nosotros, como hicieron los de los botes salvavidas con los de la balsa de la Medusa, rompiendo las cuerdas que nos unen. Al cabo una sociedad a la deriva en la que también, entre cadáveres, naufragamos nosotros.
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