La senda honda
Mateo Marco AmorósCuando acaba este invierno que apenas ha sido, me llega de la mano del poeta José Luis Zerón, eslabón entre poetas, el poemario «La senda honda» de José Manuel Ramón. Un libro «turbadoramente hermoso» en palabras de Zerón. Un poemario concebido en 1988, concluido en 1991 y… Y publicado a finales de 2015.
Entre unas fechas y otra han transcurrido unos veinticinco años. En estos casos conviene decir tras un cuarto de siglo. Y tras un cuarto de siglo ve la luz aquel poemario, actualizado no obstante con un largo poema final titulado «De regreso» que termina así: «Atravieso el lindero que anuncia / un balsámico retorno a la tierra / como si nada hubiese ocurrido / más allá de sí / ni desde entonces // porque el sol apenas perfora / con su antigua bombarda de fuego / lejano y cadencioso / tan ciego de luz / e incapaz de disolver / la naturaleza brumosa / que somos.»
Del poemario nos ha atraído su profundidad –»senda honda»–, la palabra como camino que nos lleva a un universo interior que no es, que no puede ser, sin la naturaleza exterior. Naturaleza que se revela, por exultante, cósmica. La búsqueda interior, hazaña ciclópea, nos convierte en liliputienses de nosotros mismos. Y si somos, incluso confundidos, somos fundidos en naturaleza. Naturaleza prístina que nos acoge. Naturaleza en ocasiones misteriosa. Salvífica cuanto más pura. Naturaleza que nos impregna, somos trabados en ella. Y somos en la oscuridad, en la quietud de la noche. Somos porque nos encontramos. «La senda honda» resulta un camino salvaje de verdes y aguas, naturaleza viva que percibimos mejor en las oscuridades nocturnas. Como si la luz distorsionara la esencia. Nos vemos, surgimos/resurgimos cuando desaparece la luz: «Desciendo al hondo de la noche / donde firme la palabra justa / al fin la palabra / se perfila / galería abajo.»
El pesimismo nos asalta en el primer poema, «Exordio». Pero el libro, descubriéndonos en las realidades del ser, resulta balsámico. Aun cierto tono milenarista, parece que todo aventura ruina. Pero la ruina ya es y la verdadera angustia sería no aceptarla. Y siendo ruina, somos: «diremos ceniza y seremos hombre» —afirma el poeta.
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