Augusto
Mateo Marco AmorósEl historiador Ernst Hans Josef Gombrich, Ernst Gombrich, escribió en mil novecientos treinta y cinco un bello libro titulado «Breve historia del mundo». En mil novecientos noventa y ocho le añadió un epílogo sobre lo más contemporáneo. «Breve historia del mundo» es uno de esos libros que nos hubiera gustado escribir pensando en nuestras hijas y en nuestros alumnos. Gombrich tuvo la virtud de humanizar el conocimiento histórico. En ocasiones la narración histórica se convierte en una fría enumeración de datos o en sesudos análisis interpretativos que nos distancian de lo humano de nuestro devenir. Un devenir con luces y sombras. Recuerdo que en nuestra época de estudiante nos desintoxicábamos de las historias de manual leyendo a Gombrich. También ahora. Leer a Gombrich es una delicia.
En el libro que hoy nos ocupa, «Breve historia del mundo», al final del primer capítulo dedicado al Imperio Romano titulado «Los dueños del mundo occidental», glosa una valoración muy positiva sobre Augusto, primer emperador romano. Nos lo presenta como un «hombre muy recto y reflexivo, muy capaz de gobernarse a sí mismo». Un hombre que, amante de la belleza escultórica y poética, valoró lo griego convirtiéndolo en referente. Lo reconocía en verso el sabio consejero Horacio: «Graecia capta ferum victorem cepit et artis / intulit agresti Latio». Esto es, «la Grecia conquistada conquistó a su fiero vencedor e introdujo las artes en el rústico Lacio.»
Entre los valores de Augusto que Gombrich enumera está el de la prudencia. «Se cuenta de él –dice el historiador sobre el Emperador– que nunca daba una orden ni decidía nada mientras estaba encolerizado. Cuando el enfado se apoderaba de él, recitaba antes por lo bajo el alfabeto. De este modo pasaba un tiempo y a Augusto se le aclaraban las ideas. Así era él; un hombre con la cabeza clara que administraba bien y con justicia el extenso imperio.»
Esto es lo que también decimos contar hasta diez –o más– antes de hacer, decir o decidir algo. Pero con frecuencia, precipitados por la ira, no nos entretenemos ni con números, ni con letras, ni… Y así nos va.
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