Mateo Marco Amorós / A cara descubierta
Joaquín Marín / Fotografía
El cuadro, de Caspar David Friedrich, recibe diversos títulos: «Caminante ante un mar de niebla», «El viajero contemplando un mar de nubes», «El caminante sobre el mar de nubes», «El senderista sobre el mar de niebla» o… Más literal y enigmático «El divagante sobre un mar de nubes.» Es precioso. Sobre una peña, de espaldas, el caminante viste levita negra. Indumentaria elegante más propia de ceremonias. Acaso para montar con estilo a caballo. No para montaña. De espaldas, pie izquierdo adelantado, representando firmeza. Bastón en la mano derecha. Pero lo mejor, el paisaje. En el que no viéndose nada concreto, salvo algunos picos y montañas, se satura de bruma. Y no viéndose nada, se intuye la maravilla del mundo. Allí se ofrece un horizonte abierto que invita a seguir más allá.
El viajero no se sienta. Mira ese horizonte abierto que invita a no detenerse salvo para apreciar la belleza de lo por conocer. Las cumbres que asoman por encima de las nubes son –han de ser– nuevas metas. Y al fondo, más cumbres. Dicen que el paisaje pintado es de la Suiza Sajona. Sea donde sea, nosotros vemos un amplio mundo por descubrir. Horizonte abierto. Apenas hay suelo: La roca que como pedestal sujeta al viajero. Lo demás es espacio etéreo que invita a desvelarlo aventurándose en él.
El caminante, sin rostro concreto, somos nosotros fundidos en la naturaleza. Friedrich nos introduce en el cuadro. Somos ese viajero gigante que domina el espacio sobre la cumbre pero, al tiempo, enano ante el espacio que contempla. Somos Gulliver. En Liliput, donde los diminutos liliputienses, y en Brobdingnag, donde los seres gigantes.
Algunas interpretaciones del cuadro ven metafísica. El más allá del horizonte eterno de la fe. Friedrich conoció las tesis del teólogo Kosegarten que apreciaba en la naturaleza revelación divina. Sin menospreciar la fe, tampoco es necesario trascender para valorar la inquietud indagadora que decíamos. Como nos pasa cuando contemplamos el universo. Otras obras de Friedrich reflejan la insignificancia del ser humano frente a la naturaleza, frente al destino y la muerte. Pero nosotros no vemos fin, sino nuevos retos.
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