Uno de aquellos/ Mateo Marco Amorós
Fotografía / Joaquín Marín
El martes veintisiete de enero de 1920, el diario madrileño «La Correspondencia de España» publicaba un cuento de Mark Twain. Que los periódicos incluyeran textos de autores célebres servía de reclamo para los lectores. Mark Twain, que había muerto diez años atrás, era autor internacionalmente reconocido.
El cuento se titula «Cuando yo era secretario de un senador» y es ejemplo del ingenio irónico que caracterizó al escritor estadounidense. En él Mark Twain se nos presenta en las labores de secretario de un político. En este caso secretario cesante. «Cuando yo era» ha dicho en el título y… Y en el primer párrafo afirma: «Ahora ya no soy secretario de ningún senador. Durante dos meses fue bien la cosa; pero en cuanto se hicieron sentir las consecuencias de mi actividad tuve que dejar el cargo.» Y nos explica el porqué de su dimisión. Hasta en esto rezuma la sátira, pues presenta como dimisión un fulminante cese.
El senador lo llama para mostrarle su descontento. El político con un manojo de cartas en la mano, la corbata desecha, el pelo desordenado, y que «parecía dominar a duras penas una tempestad interior», le dice: «Quítese de mi vista. Estoy de usted hasta la coronilla. Esos desgraciados –el político se refiere a los electores– no me perdonarán nunca! ¡Váyase de aquí! ¡A la calle, largo!… Ante lo que Mark Twain, sarcástico, entiende: «Consideré aquellas palabras como una alusión velada al hecho de que ya no necesitaba de mis servicios –»alusión velada» ha dicho sumando ironía a la ironía–. Y le presenté mi dimisión. No volveré a ser más secretario de ningún senador. No hay modo de tenerlos contentos. No saben una palabra de nada y son incapaces de apreciar debidamente nuestros desvelos.» Pero… ¿Qué es lo que había pasado?
Según el relato, Twain secretario había escrito unas cartas por orden del senador respondiendo a peticiones de ciudadanos. Las respuestas, directas y hasta despectivas, son antítesis de cualquier diplomacia. En ellas Mark Twain responde lo que piensa sin preocuparle la satisfacción de las demandas. Más las contraría y desprecia. Ya veremos el «lío liao».
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