¿Traerá el Covid-19 la salvación del planeta?

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Javier Galván Guijo / Director del Instituto Cervantes en Manila

Por primera vez en su historia, la humanidad sufre un ataque del que son objeto todos sus pueblos y naciones. Hasta ahora ese ataque global era solo una posibilidad reflejada en películas de ciencia-ficción en las que el mundo es atacado por extraterrestres, y en las que toda la humanidad es objeto de destrucción o de conquista subyugadora.

En una guerra nuclear toda la humanidad podría haber sufrido, o podría sufrir, la aniquilación como consecuencia de un enfrentamiento entre dos o más potencias. La amenaza de que, meteoritos aparte, pudiera desaparecer nuestra civilización, la vida en nuestro planeta, como consecuencia de una guerra nuclear, se hizo realidad cuando al menos dos potencias antagónicas dispusieron de arsenales de armas con capacidad para destruirlas por completo. Aunque pareciera absurdo que los dirigentes capaces de desencadenar esa destrucción masiva fueran a propiciar su propia destrucción (y la de sus pueblos), episodios de la historia nos recuerdan que no hay garantía absoluta de que ello no pueda ocurrir. Las últimas generaciones, como nos ha recordado Bill Gates, hemos vivido con esa amenaza nuclear. Amenaza al fin y al cabo, que se ha ido controlando bastante bien. Las de Hiroshima y Nagasaki fueron las primeras y últimas bombas atómicas arrojadas sobre seres humanos.

La existencia de seres inteligentes fuera de la Tierra es una posibilidad que muchos sostienen. El avistamiento de ovnis para muchos lo prueba. Pero no hay evidencia de que existan esos seres ni mucho menos de que quisieran destruirnos.

El ataque generalizado a todos los habitantes del planeta Tierra era hasta hace muy poco una remota amenaza, una especulación teórica sin influencia alguna en nuestras vidas.

Pero he aquí, como ya advirtiera Bill Gates, que un ataque real, se ha cernido sobre todo el planeta. No es nuclear, es microscópico; no es ciencia-ficción, aunque lo parezca, es real. Las características biológicas del virus, y las circunstancias actuales del medio, extremadamente abierto como consecuencia de los procesos llamados de globalización, han provocado que el agente destructor, la enfermedad, no se detenga en ninguna frontera, y ataque por igual a pobres que a ricos. Todo ser humano es susceptible de ser alcanzado por la enfermedad. Y eso ocurre por primera vez en la historia.

Además, como cada persona es capaz de transmitir la enfermedad, cada persona actúa a su vez como un arma que puede causar la muerte retardada, con su sola presencia, de los seres menos inmunes con los que se cruza. Todos somos bombas de relojería andantes, hasta los niños, especialmente ellos, que curiosamente son los menos vulnerables.

Por primera vez todos hemos comprobado que somos vulnerables ante una misma causa o agente destructivo. Todos, sin excepción. Y no en un libro que hemos leído, en una película que hemos visto; no es una posible amenaza, no es una pesadilla de la que nos acabamos de despertar; es una realidad que está afectando a nuestra vida, que está afectando a todas nuestras vidas.

Y podría ser mucho peor; puede ser todavía peor; si el virus se transmitiera por el aire que respiramos, si su letalidad fuera mayor… Nos hemos damos cuenta colectivamente y casi al unísono de que como especie somos muy vulnerables; somos vulnerables como lo fueron los dinosaurios.

La amenaza que representa el cambio climático, provocado por la acción devastadora del hombre sobre la naturaleza, es una amenaza tan real como la nuclear, que algunos se han tomado muy en serio en las últimas décadas, pero que no todos se lo han tomado tan en serio. Como en los tiempos iniciales de la pandemia del Covid-19, muchos creen que el cambio climático no es para tanto, que a nosotros no nos va a afectar (los icebergs no se derriten en Londres), que ya se tomarán medidas cuando la cosa se ponga peor, que no está cien por cien demostrado que el agujero de la capa de ozono se deba a la acción humana, etc. No nos hemos tomado en serio, no hemos llegado a interiorizar la idea de que la vida en el planeta está amenazada, de que puede desaparecer, de que tarde o temprano nos va a afectar a todos de manera irreversible.

Por cierto que la naturaleza se está dando estas semanas un respiro. Los cielos horriblemente contaminados durante décadas de las megalópolis se han limpiado y lucen intensamente azules. Aparecen en el horizonte montañas que ya no sabíamos que estaban allí y que podíamos ver desde nuestras ciudades. Hasta la capa de ozono se está regenerando; algunos por ello han querido ver en el virus un instrumento de un mecanismo de ajuste de la naturaleza.

Nos ocurre a nivel de especie como al fumador crónico le ocurre a nivel individual; sabe que el tabaco le puede matar, sabe que no es lógico seguir fumando, que debería dejarlo, que es absurdo día a día seguir intoxicándose. Y hasta que algo o alguien no provoca un click en su interior, no le nace la determinación inequívoca de dejar de fumar, no interioriza esa idea; y sólo a partir de ese momento del click es capaz de poner en práctica las acciones necesarias para conseguir su objetivo de liberarse de la tiranía del tabaco. Lo mismo podría decirse que ocurre con determinadas relaciones humanas.

El Covid-19 podría ser el desencadenante de que se produzca ese click en nuestro interior que nos haga tomarnos a todos muy en serio el hecho de que la acción del hombre sobre el planeta puede destruirlo, y va a destruirlo si seguimos así, como antes de que el mundo se parara en marzo de 2020. Ese click a partir del cual seamos plenamente conscientes de que no es solo una teoría, una película o una pesadilla, sino que es algo muy real que acabará afectándonos a todos, de forma dramática, tal vez destruyéndonos a todos.

El fumador empedernido ha sufrido una bronquitis aguda que le ha tenido postrado, y que le ha hecho ver cuál puede ser su triste final. Ha visto el final de otros fumadores como él, cuyo sistema inmunológico estaba más débil. Si no deja de fumar ya, tarde o temprano seguirá el mismo camino. Si la humanidad no aprende de esta crisis llegarán otras crisis de consecuencias mucho más devastadoras.

El aspecto más significativo, aun siéndolo mucho, no es el cuantitativo. No sabemos cuántas muertes acabará causando el Covid-19. Algunas fuentes auguran el millón. Son muchas, demasiadas en términos absolutos, pero si las comparamos con las provocadas por otras causas: 1,3 millones de personas mueren al año en las carreteras del planeta; casi diez millones al año de cáncer; más de 6,3 millones de niños por causas relacionadas con la desnutrición; más de ochocientas mil personas se suicidan cada año; se estima que la mal llamada gripe española de 1918 acabó con la vida de entre veinte y cuarenta millones de personas. Vemos que en términos relativos la mortandad ocasionada por le Covid-19 no es mayor a la de otras lacras que ha padecido o padece la humanidad. Lo realmente extraordinario, además de que la contabilidad de estas muertes se hace pública al día, casi a la hora, es que haya afectado a todo el mundo y que haya provocado el cese de la actividad

humana en el planeta, mostrando la vulnerabilidad del mismo y de los sistemas sociales y económicos que rigen la vida en él.

La crisis del Covid-19 pone en evidencia la necesidad de trabajar conjuntamente y de adoptar políticas comunes a nivel planetario, y de que eso sea una prioridad: que el mundo sea uno (and the world will be as one), no sólo en nuestra imaginación sino en la realidad. Constituye además una advertencia muy seria sobre la vulnerabilidad del planeta y de la especie humana. Una nueva advertencia1 que ha paralizado el mundo, y que debería propiciar el nacimiento de un nuevo orden social, económico y sobre todo político.

1 Paul McCartney que no es un letrista como pudieran serlo Cohen, Dylan o Aute, es capaz de crear quizás como ningún otro autor contemporáneo, con gran sencillez (cultura pop) icónicas metáforas sonoras sobre temas de absoluta trascendencia: Eleanor Rigby (la soledad), Yesterday (la memoria), Let it be (la aceptación). La canción Despite repeated warnings, el decimocuarto corte de su último álbum Egypt Station, simboliza líricamente la actitud irresponsable y suicida de algunos políticos ante la realidad del cambio climático.

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