Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos…
Fotografía: Joaquín Marín
Eran otros tiempos y era Gabriel Celaya. Y decía: «nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.» Para el poeta –ingeniero ingeniero e «ingeniero del verso»– se trataba de desembarazar a la poesía de ciertas rimbombancias que la caracterizaban, todavía a mediados de los cincuenta, como producto de poetas mantenedores de Juegos Florales. Certámenes en los que rapsodas gesticulantes recitaban engolando gravemente la voz. Cuando la presentación del poemario «Atópica» de Álvaro Giménez se comentó entre los oficiantes del acto cierta preocupación por el distanciamiento del público hacia la poesía. Malo es –dijeron– que la poesía se perciba en exclusiva como algo trascendente y serio. Alejada de la realidad. Como algo de otro mundo que no es nuestro mundo.
De pequeño recuerdo una vez que vinieron al colegio las de la Sección Femenina, rama femenina de Falange. Recitaron poemas. Y aquellos poemas me resultaron cursis. Desde entonces –se lo he comentado alguna vez al poeta José Luis Zerón– no me llevo bien con la palabra «poetisa». Porque como «poetisa» se presentó la recitadora. Por aquella experiencia llegué a pensar que nada era poesía si los versos no rimaban con palabras como «frenesí». Suerte que mi madre me recitaba, de García Lorca, la del lagarto y la lagarta llorando.
León Felipe, antes de la guerra, para emocionarnos con unos versos sobre mortichuela, punzaba frente a la poesía patriotera: «¡Qué lástima / que yo no pueda cantar a la usanza / de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan! / ¡Qué lástima / que yo no pueda entonar con una voz engolada / esas brillantes romanzas / a las glorias de la patria!» Y es que en todo tiempo ha habido voces que han puesto la poesía al servicio de una literatura de pregón.
Lo dicho son reflexiones a partir de la lectura de «Atópica» de Álvaro Giménez, lectura recomendable donde humildemente se nos confiesa: «He dedicado mucho tiempo a las letras. / Primero a aprenderlas; / luego, a admirarlas en manos de otros; / por último, a trabajarlas proletariamente / hasta crearlas y recrearlas.» Esto es. De eso se trata: De trabajar las letras, crearlas y recrearlas, proletariamente.
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