La demencia por la que atraviesa gran parte de la humanidad nos está llevando a tratar a los animales como personas, a las personas como cosas y a las cosas como inminente basura.
Nuestros animales nos dominan porque confundimos sus instintos, intentamos comprar su cariño a base de mimos que ellos comprenden como la renuncia de nuestro liderazgo. Les regalamos las riendas de la manada, convirtiendo nuestros hogares en territorios de mascotas dominantes. Juzgamos sus comportamientos como si comprendieran más allá de lo que son, en este caso me estoy refiriendo a simples perros, porque nosotros no sabemos lo que somos. Muchos de nosotros buscamos en un animal la lealtad, la bondad, el perdón constante, la genuina mirada de alguien que no nos juzga… porque no lo encontramos en nuestros hermanos de raza.
Tal desdicha, conduce a nuestras relaciones a un intercambio interesado de estímulos, ya sean estos materiales, emocionales, sentimentales o espirituales. Siempre andamos con la balanza encendida para pesar lo que damos y lo que nos reporta nuestro “esfuerzo”, con el objeto de valorar si nos compensa mantener dicho contacto activo. Casi todo lo enmarcamos en un contexto de utilidad personal, de conveniencia individual útil, segregada de todo lo que nos rodea, somos como islas que desean no ser tocadas por ningún mar u océano. Dementes que niegan con estupidez lo innegable. Evidentemente, con unas normas tan estrictamente marcadas por el rédito, cualquier acción espera cobrarse su precio. En este caso la cuenta suele traer una sola línea de consumo con el importe único e innegociable de la deshumanización humana. El efecto secundario de una forma de vida tan superficial, que guarda como propósito básico utilizar a los demás para beneficio propio, que los demás sean una más de nuestras posesiones, un utensilio demostrativo de nuestro poder, etc. es que no te puedes mantener al margen de ser utilizado con la misma frialdad que tú utilizas. La etiqueta de objeto que marca lo que sirves para todos, es el valor de tus posesiones, la influencia de tu poder o los dígitos de tu cuenta bancaria. Tan sencillo como, “tanto tienes, tanto vales”. No importa en absoluto si tienes corazón o no, si estás sufriendo o no, si eres un genio o no… Mal vestido, andando, durmiendo en la calle, etc. además de ser un Don NADIE, eres un estorbo.
Si utilizamos a las personas como chatarra, imagínate que tratamiento le damos a la chatarra. No desembalamos de preciosas cajas con lazo mejoras para nuestra existencia, sino que “destrozamos” con ansias los envoltorios de diseño que creemos nos aportaran la felicidad que tanto nos duele no poder disfrutar. Como el resultado de buscar en los objetos es nulo, convertimos en hábito ese destapar regalos. La meta de destapar no es el uso en sí del contenido, sino ser regalados constantemente, ya sea por otros o por nosotros mismos, convirtiendo esa desmedida tarea en una fabrica continua de inminente basura a la que damos, cuando es flamante, el nombre de “ir a la última”. Es tal nuestra acción cancerígena para el planeta, que nos lo estamos cargando, somos como el tumor que mata a su huésped. De seguir así no nos quedará más remedio que morir con los recursos agotados. Para felicidad de todos vamos muy bien en este sentido, este año hemos batido el record mundial de emisiones de CO2 a la atmosfera. Como consejo recomiendo que no nos cansemos demasiado, pues por mucho que corramos no hay recursos en el universo para completar de juguetes y absurdos objetos lo que es un sencillo vacío existencial.
Para finalizar, quizá, deberíamos intentar tratar a los animales como animales, a los humanos como hermanos y a los recursos del planeta como un regalo sostenible y equilibrado para todos los habitantes del mismo.
tequiero@benitoalcaraz.com
Autor del libro «De mayor… Quiero una familia como vosotros»
www.dejarhuella.org
Deja tu comentario