Siempre me ha gustado pensar que los recuerdos y el amor destilan, como en un alambique, una materia invisible que es maleable, y que con el paso del tiempo se va haciendo fuerte y dura, como una coraza. Con ella, cinco de nosotros formamos una esfera para protegernos y para disfrutarnos. Hace muchos años que esa esfera empezó a rodar como empujada por el viento, a veces de una manera plácida, otras de manera vertiginosa y hasta en algunas ocasiones, producto del choque contra algún obstáculo no advertido, quedó varada y agrietada. Pero quisimos y supimos repararla, jamás se nos rompió, porque además pensábamos que era imposible.
Nuestra historia esférica se remonta 30 años atrás, y en ese tiempo hemos compartido los momentos más importantes de tu vida y de la mía, junto a Carmen, Paco y Susa. Hemos disfrutado de la fugacidad de los momentos de felicidad que casi siempre nos sorprendían, como al descuido, con una copa de vino en las manos. Hemos sufrido los momentos más duros, esos en los que sin la cercanía de un amigo sientes que el dolor es insoportable. Hemos vivido esos cambios en la vida tan sumamente importantes que te hacen crecer, madurar y redefinirte interiormente, como el nacimiento de Miguel, de Lola y de Candela , pero sobre todo el de Miguel, por ser la primera nueva vida de la que fui plenamente consciente, desatando la tormenta que haría que se desmoronaran tantos miedos en mi, mientras me asomaba al acantilado azul de su mirada. Hemos mantenido conversaciones interminables hasta la salida del sol, riendo, llorando y en alguna ocasión hasta destrozándonos. Hemos compartido nuestras historias de amor y desamor, la última la de tu amor por Mayte, de la que me hablabas durante horas sin yo haberla visto jamás y a la que admiro profundamente. He conocido casi todos tus secretos, como tú los míos, y puedo decir que sí, amigo, que sí sabías guardar secretos, al menos esos que son realmente importantes.
Y el 9 de mayo se nos rompió, Eduardico, se nos rompió la esfera.
Ahora estamos bajo la lluvia, rodeados de pedacitos de recuerdos, de amor y de dolor, afanandonos en separar los últimos para iniciar su reconstrucción.
Como adolescentes estamos embarcados en un viaje iniciático, ¡Quién nos lo iba a decir a nuestra edad!, porque nunca antes nos había faltado ningún miembro de la tripulación. Nos es difícil saber como emprender la marcha.
Sin duda este debe ser el primer paso; recordando con amor esas 250.000 horas que hemos compartido; recordando con goce el haber formado parte de tu vida; recordando tu brillante inteligencia; recordando tus chascarrillos, ¡mira que eras animal para eso!; recordando tus sonoras carcajadas; recordando tus lagrimas, nadie se emocionaba con más facilidad que tú; recordando y admirando tu ansia de libertad, nadie pudo ponerte yugos; recordando apenas a tus enemigos, tan solo lo suficiente para que no formen jamás parte de nuestras vidas; recordando tu filiación al hedonismo; recordando tu capacidad de amar y de perdonar; recordando la pasión por tu pueblo; recordando tus historias interminables, ¡Eduardico hijo, abrevia!; recordando y releyendo tus escritos, ¡Qué bien escribías jodío!; recordando nuestra falta de memoria, tu tenias la de todos y nos dejas desmemoriados.
A partir de aquí y en cuanto recuperemos las fuerzas, recompondremos nuestra esfera con la que continuaremos rodando, echándote de menos y redescubriendo paisajes en los que siempre estará tu ausencia. Dejaremos intacto tu espacio, como si no te hubieras ido y en él, mientras ella quiera estará Mayte, formando parte de nuestra elegida familia.
Gracias Eduardo, gracias, gracias.
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