Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
Como salmodia impertinente, de cuando en cuando se escucha eso de que las clases magistrales ya no sirven. Como poco lo llevamos oyendo desde nuestros tiempos de estudiante universitario. Esto es desde el primer lustro de los ochenta. Lo de «NO A LAS CLASES MAGISTRALES» solía aparecer cuando las huelgas estudiantiles entre las reivindicaciones. Proclamado a viva voz en asambleas, impreso en octavillas.
—¡Ojalá las clases magistrales! —retrucábamos algunos valorando las que habíamos disfrutado en el instituto y disfrutábamos en la universidad, lamentando que no fueran todas. Salvo contadas excepciones, desde nuestra experiencia como alumno estábamos muy agradecidos al profesorado magistral que tuvimos en el instituto y teníamos en la universidad. Por ello no entendíamos ese punto entre otras reivindicaciones razonables. Y por ello defendíamos las clases magistrales. Defendíamos y defendemos.
El otro día en televisión promocionando un programa sobre Educación, como reclamo, alguien proclamaba la dichosa cantinela afirmando que las clases magistrales ya no sirven. Otra vez y otra vez como tantas veces hemos escuchado, también, en estos años de profesión procurando por nuestra parte ser magistral en nuestras clases. ¿Contracorriente?… No creo. No lo creo desde nuestra experiencia como alumno; y menos con lo que vivimos la otra tarde en Orihuela disfrutando de una lección magistral impartida por doña Laura Mínguez Valdés, catedrática de Historia del Arte.
La profesora, dentro del ciclo «Disfruta del Arte con Caja Rural Central», explicó magistralmente los entresijos de tres obras magistrales de la pintura española: «Las Meninas» de Velázquez, «La familia de Carlos IV» de Goya y el «Guernica» de Picasso. Y magistralmente nos entretuvo y aleccionó durante hora y media que fue deleite. Como lección magistral.
Porque siempre hemos sido del dicho de que «cada maestrillo tiene su librillo», no menospreciamos ni viejas ni nuevas pedagogías. Enseñar con nuevos o viejos métodos exige, al cabo, saberes y querencias. Es por lo que desconfiamos de quienes con más soberbia que cerebro critican métodos docentes vanagloriándose de los suyos. Y más desconfiamos de quienes teorizan pedagogías sin pisar un aula. Sin posibilidad de ser magistrales. Como lo fue la otra tarde Mínguez Valdés.
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