Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos
Imagen: Joaquín Marín
«Unos minutos de cortesía.» La frasecita suele decirse como excusa cuando teniendo que haber comenzado un acto a la hora anunciada no comienza puntual. —Cortesía para los impuntuales, descortesía para los puntuales —matizaba siempre nuestro añorado amigo Alfredo Rojas. No es buena ni cortés la impuntualidad porque al final el personal se acostumbra a llegar tarde.
Diremos pecado, no pecador. El otro día en una inauguración quien tenía que haber estado a en punto llegó a las y veintitrés. Los demás, esperando. Por otro lado, conozco un lugar donde en varias ocasiones he tenido que esperar más de media hora para que comenzara un acto. Ni problemas de agenda ni leches. Llegar tarde es llegar tarde. Retrasarse, en el trabajo, en cualquier cita, es retrasarse. El inicio de cualquier acto programado debería ser como los trenes. Si no estás a la hora en el andén, lo pierdes. Si se fue, se fue. Si se perdió, se perdió. Si nos acostumbráramos a comenzar cuando la hora prevista y no estando quien debiera estar se notase su ausencia o retraso, ya aprendería.
Cuando entre profesores discutimos sobre la transmisión de valores en las aulas hay quien con sensatez defiende que más allá de los Derechos Humanos deberíamos abstenernos de cualquier adoctrinamiento. Estoy de acuerdo con evitar adoctrinamientos más allá de los Derechos Humanos, pero también digo que sin decir ni mu podemos estar transmitiendo valores al alumnado. Y uno, en silencio, es el de la puntualidad. Porque si sistemáticamente llego tarde a clase, estoy transmitiendo un valor negativo a mis alumnos. Seré mejor o peor profesor, pero finalmente –aquí los adolescentes no perdonan– seré para ellos el que llegaba siempre tarde. Y más de uno lo que aprenderá de nosotros es que se puede llegar tarde al trabajo. Lección fatal.
No siento ninguna admiración por quienes llegan tarde. Abomino de ellos. Más de uno los hemos sufrido en alguna excursión organizada. Aquí siempre está el señor, la señora o la familia entera que se retrasa. Y el autobús tiene que esperar. Y el día ya empieza torcido y torcido continuará. Por cortesía.
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