Mateo Marco Amorós / Bardomeras y Meandros
Joaquín Marín / Fotografía
Vaya por delante que no nos convencen los modelos educativos plurilingües. Antes de que se decretara la ley de plurilingüismo en la Comunidad Valenciana –Ley 4/2018, de veintiuno de febrero– ya nos preocupaba el modelo bilingüe. Entre otras cosas, en nuestra sección «Uno de aquellos» escribíamos: Tememos «que su desarrollo perjudique, en pos de los idiomas, el nivel de unas asignaturas que ya encuentran bastantes dificultades de compresión impartiéndolas en la lengua materna de profesor y discente.» (Véase «Plurilingüismo». En DIARIO DE LA VEGA, 30.05.2017). Lo afirmamos en 2017 y lo reafirmamos ahora.
Vaya por delante también que cuando se renovó el Estatuto de la Comunidad Valenciana nos quejamos en nuestra sección «De recuerdos y lunas» de que en el artículo sexto, punto uno, se dijera que: «La lengua propia de la Comunitat Valenciana es el valenciano.» Nos quejábamos porque nos parecía excluyente. Esto, «al margen de que sean los territorios –y no los habitantes del territorio– quienes tengan lengua, al margen de que en el mismo artículo, en los siguientes puntos, se reconozca la cooficialidad del castellano, pero más por ser la lengua del Estado que por ser la lengua propia de muchos ciudadanos de la Comunidad, al margen de que se especifica que nadie será discriminado por razones de lengua (…).» (Véase «Adiós Valencia». En EPdV, 25.04.2006).
Reafirmando lo anterior, diremos que lo que nos preocupa ahora es la reedición en zonas castellanoparlantes de discursos contra la lengua valenciana que creíamos superados. Expresiones que si hace años nos dolían, hoy nos duelen más. En este maremágnum de sinsabores nos llega un texto de un amigo de mis hijas escrito a raíz de la manifestación en Orihuela contra la ley de plurilingüismo. Lo firma Víctor Melgarejo y me parece, párrafo tras párrafo, un homenaje a la sinceridad y a la sensatez que así culmina: «Y no, –afirma Víctor– esto no es una guerra lingüística, sino un debate politizado que trae su causa en que aquí nadie ha hecho bien su trabajo. Mientras, algunos oriolanicos nos resistiremos a ver con preocupación, como decía nuestro paisano, que tristes, tristes armas si no son las palabras.»
Sean pues las palabras, Víctor. En valencià y en otras lenguas.
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