Primera imagen. Mediodía del sábado 11 de junio del año 2011. Los aledaños del ayuntamiento se encuentran abarrotados. Todo un municipio expectante. Apenas un mes atrás, las urnas habían arrojado una chispa de ilusión. Pese a más de 20 años de corruptelas (o precisamente gracias a ellas), la hegemonía del PP seguía sin socavarse en Orihuela. Sin embargo, la aritmética electoral había configurado, por pocos votos, un pleno donde los secuaces de Lorente perdían la mayoría absoluta. Llegaba la investidura donde habría de conformarse gobierno y la opacidad de las negociaciones generaba incertidumbre. Se congregaron en las calles diferentes personas. Quienes habían crecido y medrado bajo el amparo de las corruptelas del PP y tenían miedo a que sus señores ya no estuvieran para cuidarles.
Esclavos más temerosos de la libertad que de sus amos. También las que mostraban esperanza ante un cambio en la alcaldía que podría abrir un nuevo tiempo. Y por último quienes, aun estando ilusionados, también temíamos que el camino se cerrara al poco de haberlo andado si quienes lo lideraban carecían de la altura y sagacidad necesarias. A nadie se le debe escapar que aquellas elecciones locales coincidieron en tiempo y espacio con el movimiento 15M. Este venía a expresar al menos dos cosas. Una, el hartazgo ante un régimen caduco a todos los niveles, desde la Unión Europea hasta los pequeños ayuntamientos. Y dos, la orfandad de una herramienta política ilusionante con que cambiar ese mundo. Se concitaron así la ola de nueva politización que reinventabas la lucha; el hartazgo de la gente honrada de Orihuela y el anhelo ante lo inesperado y novedoso. Todo ello hizo que, pese a discrepancias, reticencias y dudas, el tripartito naciera arropado por una parte importante de la sociedad civil. Esa era la imagen, la celebración de un alcalde inesperado. Un gobierno que nacía débil en lo institucional pero medianamente fuerte en lo social.
Segunda imagen. Mañana del 3 de enero de 2014. El gobierno nacido casi tres años atrás se ahoga en sus propias disensiones internas. Valiéndose de espurios intereses, el Partido Popular logra proponer, junto a sus hermanos del CLR, una moción de censura que puede tumbar al gobierno municipal. Los aledaños del ayuntamiento transmiten tensión, pero también miseria. Apenas un puñado de personas se aproxima a los alrededores del consistorio para preocuparse por la suerte del gobierno. Asesores y miembros de la ejecutiva del PSOE; un par de allegados de Los Verdes y una decena de curiosos. El escenario era desolador, el mismo gobierno que había nacido cabalgando una ola de ilusión, se veía en trance de morir sin tener a nadie que le arropase. Si el PP hubiera lanzado al bipartito por el balcón del ayuntamiento, debajo no habría estado ningún pueblo que amortiguase la caída. Nadie salió a presionar, ni mostrar apoyo. La moción no prosperó, pero no se celebró en la esfera pública de las calles, sino en el reservado de los partidos. Esa era la imagen, un gobierno que no generaba ya ilusión, incapaz de articular una nueva base social que perdurase más allá de esta legislatura.
¿En qué momento perdimos la ilusión? ¿Cuándo dejamos las ciudadanas de emocionarnos ante la opción de construir un pueblo diferente? ¿Qué pasó para que un gobierno que nació entre vítores vaya a acabarse con un clamoroso silencio cuyo solo beneficiario será el criminal Partido Popular? Conviene recordar una lección de política básica: tener el gobierno no significa tener el poder. Hay una parte del mismo que siempre está fuera de las instituciones. En Orihuela, los poderosos son caciques rurales, señores de las basuras, empresarios buitres que se nutren de servicios municipales y advenedizos del PP que bloquean la labor del consistorio. La única forma de romper con todo ello (máxime cuando se gobierna en minoría) es articular un contrapoder ciudadano. Pero para eso hace falta ilusión, participación y sobre todo, decidir con y no por la gente. Justo lo que no hemos tenido.
Estamos ante un escenario de transformación global. Se libra una batalla por decidir en qué dirección cambia el mundo, también los municipios. Necesitamos una alternativa que recupere los ayuntamientos como lugar de participación, politización y cambio social y no como una mera gestoría local. Pero para lograrlo necesitamos nuevas herramientas que nos ilusionen con que otra Orihuela es posible. El proyecto IU-Cambiemos Orihuela quiere contribuir a ello. Poner la “vieja” I.U. y a quienes en ella se referencian al servicio de un proyecto más amplio, participativo y, sobre todo, esperanzador. No aspiramos a liderar ningún proceso, sino contribuir a él. Hoy existen numerosas tradiciones de lucha y herramientas políticas que son necesarias, pero no suficientes. Ninguna fuerza política transformadora de este municipio se basta por sí misma, ni siquiera su eventual unión serviría si no es desde las bases. Es necesaria la implicación ciudadana desde diferentes ámbitos: ojalá gentes de movimientos sociales que hacen un maravilloso trabajo de crítica a las instituciones se atrevan también a conquistarlas; también ciudadanas que tienen mucho que aportar fuera de sus casas; pequeños comerciantes que entienden que su suerte depende del bienestar de sus conciudadanos; jóvenes que queremos construir otra forma de ciudad e incluso, por qué no, ciertos elementos del actual gobierno que, si son generosos y reconocen sus carencias, pueden poner su experiencia al servicio de un proyecto verdaderamente transformador. En definitiva, toda persona que asuma la necesidad de tener un municipio más participativo, democrático, que defienda los servicios municipales y, sobre todo, sea un foco de transformación.
Estamos obligadas a tender puentes, entendernos y crear un espacio común, una plaza vacía donde discutamos e inventemos una herramienta con que lograrlo.
«Orihuela es muy especial», dicen. Como si fuéramos un pueblo condenado al inmovilismo. No es cierto, cuando un pueblo no se ilusiona no es culpa de la gente, sino de quienes no supimos ilusionar. En estos meses toca inventar lo que no aún no existe valiéndonos de lo bueno que ya tenemos. Nos jugamos mucho. La tercera imagen de esta secuencia puede ser un retroceso, o una nueva ilusión. En nuestras manos queda.
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