Opinión: ¿Miguel Hernández, un luchador por la libertad?

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Por Miguel Ángel Robles Martínez

Estos días se ha desatado una tremenda polémica por una moción de restitución que se pretendía institucional. Si el alcalde hubiera sido medianamente  listo, la habría aprobado, se hubiese puesto campanudo recitando de memoria, y aquí paz y después gloria. Pero no, se empeñó en eliminar o matizar algunos párrafos y le dijeron, los del PSOE, creo, que o todo o nada. Te comes el relato entero. Se equivocó el alcalde, porque poco importa que algunas cosas que se dicen en la moción sean falsas o inconvenientes, el relato está perdido y no compensaba su obstinación, por muy hernandiano que se declare. Que lo es y desde antiguo. Alcalde tenías, teníamos, que comernos el cocido entero porque en el fondo no se trataba de homenajear a Miguel Hernández, sino de meter una nueva dosis de ideología en vena, de recordar la guerra desde un solo lado y dejando claro que, exclusivamente, los ganadores de la contienda incivil son los culpables y los enemigos de la libertad.

Pero, aunque el cocido que presentaban tenía buena pinta, hay algunos condimentos que resultan ligeramente indigestos: “Nuestro poeta fue un firme defensor de la II República y de las libertades que esta representaba”. Una República que, aún recién nacida, redactó una ley de censura que supuso el cierre de cientos de periódicos. Esta ley de defensa de la República surgió con el mismo espíritu que el que pretende imponer Pedro Sánchez a su ley de libertad de medios: « ¿Vamos a llamar prensa a esos reptiles que circulan por la sombra, que van de mano en mano, corriendo por los rincones de la península y sembrando el descrédito, la burla o las malas pasiones? Eso no es prensa y contra eso vamos», amenazó Azaña en el Congreso durante la tramitación de la ley. Ahora no son reptiles, es fango.

“Su valentía y compromiso lo convirtieron en objeto de la persecución franquista”, no, cariño, fue su lucha pública y corajuda en el bando rival con especial valentía, al contrario que el risueño y frívolo Alberti.  Fue un agitador incansable y comprometido. Tras una guerra civil los contendientes no se dan la mano y aquí no ha pasado nada, como en un combate de boxeo. El franquismo lo persiguió por ser un enconado e insobornable enemigo. Francia, por ejemplo, tras la II Guerra Mundial, eliminó a más de 10,000 posibles colaboracionista con el régimen de Vichy, y tampoco pusieron demasiado empeño garantista.

“El sistema judicial franquista, a través de consejos de guerra sumarísimos y sin garantías legales, persiguió a Miguel Hernández”. Seguramente no gozó de muchas garantías, pero estaba del lado de quienes hicieron de Paracuellos un hito de la seguridad jurídica y gracias a sus escrupulosos sumarios se pudo exterminar a más de 4000 personas simplemente por lo mismo que a él, por lo que pensaban, o peor, por lo que parecía que pensaban, porque más de 50 no llegaban a los 18 años. Miguel Hernández estaba en este bando y nunca denunció esta atrocidad o el genocidio de religiosos; y este bando, a pesar de su maravillosa poesía, no representaba ni la libertad, ni el derecho ni la democracia. Con Miguel Hernández se disimuló en el juicio, con Ramiro de Maeztu o Pedro Muñoz Seca no. Eliminado simplemente por ser monárquico, don Pedro, mantuvo el humor hasta el final, cuando se dirigió a sus asesinos… “Podéis quitarme mi hacienda, mi patria, mi fortuna e incluso –como estáis al hacer– mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme: ¡el miedo que tengo ahora mismo!”. 

“Hoy, con el respaldo de la Ley de Memoria Democrática, esta reivindicación cobra un nuevo impulso”. Este trozo de tocino rancio sí que ya no lo trago. La ley de memoria democrática, en minúsculas para que hieda menos, pactada con Bildu, los asesinos de cerca de mil españoles,  no es una ley de reconciliación, es una ley de odio, que pretende adulterar la historia, prohibir la libre expresión de ideas, censurar el estudio histórico e imponer una verdad única al modo soviético, chino o cubano. Ampararse en ella es motivo suficiente para rechazar la moción.

Por último, Miguel Hernández merece todo el reconocimiento del mundo como poeta, pero si pretendió luchar por la libertad, reconozcamos que lo hizo desde una ideología criminal. No puede pedirse a un pueblo que suscriba sin más el apoyo a unas ideas –inseparables de su obra, se dice- que sirvieron para loar al mayor matarife de la historia como fue Stalin: Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente, y la cárcel ahuyentan… porque iban al gulag, añado yo.

Miguel Hernández ha sido de nuevo utilizado para los fines podridos de unas ideas totalitarias. Su obra, genial, debe ser recordada y leída, pero sus ideas políticas, que se pretenden reivindicar en la moción, son sucia propaganda e imposición del relato obligatorio que la derecha democrática ni sabe ni quiere enfrentar. Un gran poeta, eterno, y que te desgarra el corazón, pero nadie puede obligarnos a que aplaudamos sus ideas políticas como se desprende en la moción. Que se revisen y anulen sus juicios y con ellos la ley de Memoria Democrática, que solo sirve para acercarnos otra vez al abismo del odio.

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