Por Quique Montero, concejal de Cambiemos Orihuela
En mi segundo año en el grado de Ciencias Políticas, tuve un profesor para la asignatura de Relaciones Internacionales de aquellos que probablemente soñaban por las noches con Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Un profesor que, en cada clase, no desperdiciaba ocasión para recordarnos las deficiencias del Estado y la indecencia de la intervención estatal en la vida de sus ciudadanos. En resumen, un ferviente defensor del neoliberalismo, que, por circunstancias de la vida, acabó engrosando las filas de la formación política VOX.
Este caballero, en nuestra última clase y a modo de despedida, nos deleitó con una frase que hasta el día de hoy recuerdo con la misma claridad que como si fuera ayer: si alguno de nosotros entraba en política y llegaba a un puesto relevante, lo recordáramos y que pensáramos en el momento de contratar asesores. Como tenía cierta confianza con él, al salir de clase le pregunté por qué todos los neoliberales, fervientes defensores de la disminución del Estado de Bienestar, privatizaciones y reducción de la influencia del Estado, en última instancia, siempre buscan oportunidades de vivir de lo público.
En ese momento, con veintidós años, me habría sido imposible prever que aquella declaración llena de intenciones me acompañaría hasta el día de hoy. Fue lo primero que vino a mi mente al conocer la noticia de que varios exconcejales del Partido Popular iban a presentarse al examen para ocupar plazas de Técnico de la Administración General en el Ayuntamiento de Orihuela.
Ante este escenario, no puedo sino reformular aquella misma cuestión que me planteara a mi profesor de la Universidad un lustro atrás: ¿por qué estas personas, que mientras estuvieron en la primera línea de la política local defendiendo las mismas ideas que mi exprofesor —privatizaciones, fomento de servicios privados, urbanismo desenfrenado sin ningún tipo de regulación, denunciando la malicia del Estado de Bienestar y, en general, del Sistema Público—, además de ser los responsables directos del desorden y el caos organizativo dentro del propio Ayuntamiento, terminan buscando vivir eternamente de él?
Hay algo que quiero dejar claro: no seré yo quien determine o juzgue quién debe o no presentarse a un concurso de oposición en la Administración Pública, quién es el candidato más idóneo o si unos candidatos concretos tienen méritos suficientes para figurar en los primeros puestos de la bolsa. Mucho menos, determinar quién debe hacer cualquier trabajo, independientemente de su índole, ya que cada persona es libre de buscar su futuro como considere adecuado. También quiero aclarar que no es una crítica al funcionariado público en general, ni al del nuestro Ayuntamiento, que logra que este municipio continúe funcionando día a día. Y, sin embargo, ante esta pregunta, no encuentro una respuesta que no me haga caer en el cinismo más absoluto.
No quiero perder la oportunidad de trasladar una inquietud personal a quién me esté leyendo: ¿Qué opinará VOX, sus compañeros de andadura, ante este tipo de situaciones? Aquel VOX que, antes de las elecciones, hizo de la austeridad su bandera, de la reducción del gasto público su manto, y de la eliminación de concejalías y puestos “superfluos” su escudo, hablando de la reducción del gasto municipal, los sueldos y de concejalías que consideran poco importantes, así como del personal municipal, al que señalaban como excesivo. Desafortunadamente, no hace falta pensar mucho para encontrar la respuesta. Como nos han ido demostrando día sí y día también, aquellas declaraciones que lanzaron en su campaña electoral, no fueron sino unas palabras que aspiraron a poco y se quedaron en nada.
Y es que, junto a la contradicción que señalaba al principio, en todo lugar en el que el colaboracionismo del PP les ha permitido tocar poder, han incrementado sueldos, mantenido a todos los asesores y han eliminado concejalías vitales para la protección de colectivos, como la de igualdad LGTBI+, movilidad o inmigración. Todo ello, mientras contribuían activamente o toleraban, con su pasividad, el deterioro de unos servicios públicos ya depauperados para crear sus propios chiringuitos –ésos que tanto denunciaban-, como la Concejalía de Familia, que, recordemos, sigue sin ofrecer ningún servicio tangible a la ciudadanía.
Entiéndanme ahora, cuando digo que se me ponen los pelos de punta cuando las convocatorias de puestos tan necesarios, dan pie a la polémica y la desconfianza. Una desconfianza que se traslada también al gobierno municipal, gracias una clase política que vive del conocido refrán de donde dije digo, digo Diego, parasitando lo público y anteponiendo sus intereses individuales a los comunes en detrimento del espíritu y el fundamento que deberían guiar la política: el servicio público y el compromiso con la ciudadanía. Mientras el viento siga soplando de la derecha, Orihuela continuará tragando el humo de los incendios de su nefasta gestión y sufriendo una dolorosa agonía, en todos sus sentidos, como consecuencia de esta mala gestión.
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