Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
A pesar de las dudas de algunos biólogos, el verano nos ha confirmado la existencia de una nueva especie invasora. Mayoritariamente, la comunidad científica que viene estudiando más de un año el fenómeno corrobora con admiración la capacidad de adaptación de la supuesta especie a diversos ecosistemas; dudando sobre su cuna primigenia pero no sobre su carácter invasor, que se reafirma. Pues se han visto ejemplares, y se ven, en las playas y en el mar, adaptándose tanto a espacios líquidos como arenosos. Se han visto ejemplares, y se ven, en los montes. A altitudes diversas. También en los ríos dentro y fuera del agua. Y se han visto, y se ven, en espacios urbanos y carreteras donde parece que no les incomoda el asfalto.
Presente en todo lugar, llama la atención de los investigadores su característica ápoda. Incapaz de moverse per se, al parecer precisa de otros seres para sus desplazamientos; como sucede en ciertos casos de mutualismo animal. De otros seres o del viento. Del viento o –como las medusas– de las corrientes marinas. Por esta condición ápoda hay estudiosos que la han considerado antes vegetal que animal porque desprendida muestra no tener vida propia. Así lo han hecho constar un grupo de investigadores neozelandeses en un reciente congreso internacional organizado a principios de septiembre por el prestigioso Departamento de Biología de la Universidad de Vicamori. No menos ha llamado la atención de los científicos su carácter prolífero. Abunda, ya lo hemos dicho, por doquier y antes que morir es evidente que se reproduce de manera extraordinaria.
Su morfología responde a un modelo básico común, mostrando un cuerpo central compacto y flexible y dos hebras laterales unidas como alas huecas al cuerpo principal. A partir de esta morfología fundamental se ha observado una generosa variedad del bicho –o vegetal– diferenciándose colores y formas en la parte central. Lo que ha llevado a plantear ya la catalogación de subespecies dentro de lo que algunos científicos han bautizado, pendiente de aprobación, como «faciem larva» por su similitud con las mascarillas.
Sea lo que sea, una verdadera plaga. Nueva especie invasora.
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