Por Mateo Marco Amorós
Fotografía de Joaquín Marín
Hace veinte años, doce de junio de 2003, fallecía en Los Ángeles Gregory Peck, grande como actor, grande en lo físico –medía 1,90– y grande de corazón por las causas solidarias en las que colaboró. Dos películas suyas cuentan entre nuestras preferidas. Lo que no quita valor a otras que protagonizó. Una, «Matar a un ruiseñor», con la que consiguió en 1962 el Óscar al mejor actor. Otra, «Vacaciones en Roma».
Ahora que por lo vivido en los campos de fútbol nos rasgamos las vestiduras debatiendo si somos o no racistas, «Matar a un ruiseñor», dirigida por Robert Mulligan, basada en la novela homónima de Harper Lee, es un alegato antirracista. El personaje encarnado por Gregory Peck, Atticus Finch, es un abogado, viudo, en la Alabama de principios de los años treinta, años lastrados por la gran depresión. Abogado defensor de un joven negro acusado de violar a una chica blanca, la actitud de Atticus Finch, si es bien aleccionadora para sus hijos, no ahorra a la familia el ostracismo de una sociedad cargada de prejuicios contra la población negra. La historia no acaba bien pero sus fundamentos triunfan denunciando el racismo y defendiendo la tolerancia.
Anterior a «Matar a un ruiseñor» y coprotagonizada con Audrey Hepburn es «Vacaciones en Roma». Si aquella tragedia, ésta comedia. Y documental turístico por la capital italiana.
Por motivos que no vienen a cuento en poco tiempo hemos visitado recientemente Roma en dos ocasiones, observando que la película aún sirve de reclamo turístico. Cierto que no es Roma ciudad cómoda en la que uno pueda desplazarse con facilidad en Vespa y sin casco, ni visitar los monumentos despejados de gente. Los turistas nos hemos convertido en especie invasora. Pero la capital italiana mantiene ingredientes propicios para, armándonos de paciencia, disfrutar de sus espacios. Saboreando los ecos de algún poema de Gil de Biedma. En Piazza del Popolo. En vía del Babuino… También, disfrutando una mañana por Ciudad del Vaticano de la alegre y grata compañía de Virginia Ramírez y Pablo Navarro, compañeros, magníficos cicerones. O… ¡Visitando el panteón de Agripa! Roma eterna, eterna Roma.
Leave a Reply