Por Mateo Marco Amorós
Lo que conocemos de la obra de la poetisa Safo se debe a la existencia de unos papiros escritos con sus versos, papiros que se utilizaron para embalsamar momias y animales disecados compañeros de las momias, sepultados entre los siglos I antes de Cristo y X después de Cristo. Lo anotaba Javier Reverte, visitando la isla de Lesbos, en su «Corazón de Ulises».
Gracias a esos papiros sabemos que para Safo el amor es una criatura agridulce. Habrá quienes digan que para esta conclusión no nos hace falta Safo, porque quien prueba el amor pronto conoce sus sabores y sinsabores, sus ilusiones y desilusiones, sus alegrías y penas. En definitiva, su ser agridulce. Pero Safo elevó el amor a lo más bello, diciéndolo con bellezas. Como poeta. Así lo corrobora Reverte citándola: «Unos dicen que lo más bello sobre la oscura tierra son los jinetes, en tropel, otros que la infantería y algunos que una flota de barcos, pero yo digo que es lo que uno ama».
También alude Reverte a las circunstancias de la muerte de Safo apuntando dudas sobre su suicidio arrojándose al mar desde un acantilado, asunto –el de entregarse al mar– que también ocupará a Virginia Moratiel en «Compañeros de viaje. Poetas en busca de su identidad», en el capítulo que dedica a la poeta griega: «El nacimiento de la lírica: la hermosa Safo». En este ensayo afirma Moratiel que Safo es la poesía. Y aún más, que naciendo de mujer la poesía es el género literario que mejor expresa el lado femenino del ser humano. Uno que no entiende de lados con sexo en el ser humano, no termina de entender esta afirmación. Creo además que Safo tampoco lo entendería. En fin.
Para una despedida Safo escribió: «Vete tranquila. Procura no olvidarte de mí, / porque bien sabes que yo siempre estaré a tu lado». Anhelando la inmortalidad, porque para Safo la muerte es un mal –»Morir es un mal. Así lo juzgan / los dioses, pues de otro modo morirían.»– sus versos se salvaron por quienes envueltos en papiros anhelaban la vida eterna. Favor por favor.
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