A cara descubierta / Mateo Marco Amorós
Fotografía / Joaquín Marín
A principios de mayo, el profesor Jorge Olcina, geógrafo, comenzaba un artículo de opinión afirmando que «algunas ciudades que han sufrido graves inundaciones han aprovechado la necesidad de reconstrucción como motor de cambio urbano.» Aplicando «los principios de la sostenibilidad ambiental.» Conocedor de diferentes ejemplos, Olcina se centraba en el caso de Bilbao. Apreciándolo al tiempo que lamentaba que en otros lugares, en situaciones similares, por intereses espurios, no se haya actuado en pos de una renovación urbana sostenible. Siendo ésta un «proceso de medio y largo plazo». Admiración, lamento y… –Qué asco –concluía el profesor frente a los egoísmos (INFORMACIÓN, martes, 7 de mayo de 2019).
En la Vega Baja, tanto en los campos como en las ciudades, las últimas lluvias torrenciales han vuelto a desvelar las múltiples carencias en infraestructuras y las debilidades del lugar: Ramblas y canales (acequias, azarbes, azarbetas, hijuelas…) que no se limpian lo que debieran limpiarse. Cauces insuficientes. Arquetas y alcantarillas inútiles. Edificaciones tramposas que catapultan los efectos negativos. Calles y carreteras que potencian la arroyada o la embalsan… Evidencias que tenemos frescas en la memoria por la reiteración impertinente de la catástrofe. Y tras la calamidad actuamos, no con planes a medio y largo plazo sino con parches improvisados. O resignados no actuamos. Curamos acaso las heridas pero no procedemos contra el mal que las provoca. Somos como enfermo que se suena o sorbe los mocos sin voluntad de curar el catarro. Somos un desastre frente al desastre.
Y por ejemplo lamentamos, otra vez, que el encauzamiento de la brutal rambla de Abanilla lleve, como poco, diez años sin resolverse. ¡Una década! El periodista David Pamies nos ha recordado el asunto explicando con precisión el porqué o los porqués del proyecto en letargo (INFORMACIÓN, jueves, 19 de septiembre de 2019).
No puede ser que vivamos bajo el ay de la lluvia. Las inundaciones nos han dado, al tiempo que tarquines fructíferos, disgustos inmensos e inolvidables. Convirtamos de una vez las inundaciones en motor de cambio. En oportunidad. Con propuestas sostenibles. Como indica el profesor Jorge Olcina, geógrafo. Que cuando vuelva la lluvia podamos disfrutarla como se disfruta en toda tierra de sed. Agradecidos al cielo. Sin pesadumbres.
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