Mateo Marco Amorós / Bardomeras y Meandros
Afirma Gerald Brenan en El laberinto español que «los anarquistas, como buenos iberos, no han prestado nunca demasiada importancia a la exactitud de los números.» Lo trae a colación de la disparidad de cifras sobre militantes libertarios en España. Por ejemplo, si el delegado español en el congreso bakuninista de Ginebra, celebrado en septiembre de 1873, hablaba de trescientos mil conmilitones; el marxista Francisco Mora, hostil al movimiento anarquista, hablaba de sesenta mil. Y de cincuenta mil el corresponsal de THE TIMES. Treinta mil contabiliza, unos once años después, concretamente el catorce de febrero de 1884, el autor anónimo de un artículo titulado «Del nacimiento de las ideas colectivistas en España», publicado en REVISTA SOCIAL, revista ácrata. De este autor anónimo anota Brenan que tiene «profundo e interno conocimiento del movimiento anarquista.» Finalmente, para redundar en el desdén de estos revolucionarios hacia los números, el hispanista británico cita otro artículo, este de 1937, en el que el director de SOLIDARIDAD OBRERA, periódico también acrático, manifiesta: «Dejémonos, dejémonos de esas miserables estadísticas que sólo sirven para helar el cerebro y paralizar la sangre.»
No nos obsesionan los números, pero los números precisan la realidad. O la distorsionan si se manipulan. Los números precisan la realidad al acotar volumen, al fijar cuantía. No es lo mismo ocho que ochenta. Por mucho que a algunos les de igual, ocho son ocho y ochenta son diez veces más ocho. Como no es lo mismo sumar que restar. Los números informan con más precisión que las palabras imprecisas: Pocos, muchos, unos cuantos, suficientes… ¿Cuántos son?
¿Cuántos son, cuántos han sido, cuántos están siendo? Si las cifras en torno a una realidad que nos importa conocer son muy dispares, cabe el desasosiego de la incertidumbre. Si amplio el arco entre la menor y la mayor, ni siquiera podemos decir «aproximadamente». Ahora bien, si ciertas cifras –»miserables estadísticas»– nos van a «helar el cerebro y paralizar la sangre» como advertía aquel director citado por Brenan, tendremos que dar las gracias por no saberlas. Por esto y por salvarnos la vida.
Por cierto, ¿sólo a cuatrocientos cincuenta mil?
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