Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
Viviendo donde vivimos siempre he estimado la lluvia. De pequeño deseaba que lloviera. Fuera el mes que fuera, recibía la lluvia como agua de mayo. Me encantaba. Me alegraba porque llover era ponerme las botas katiuskas y saltar charcos. Por las calles. En el colegio durante el recreo. Los mejores recreos. Qué bonita la canción de Dani Martín, ¿verdad?… «En los charcos saltaremos tu y yo».
Ahora no. Ahora, después de las DANA, después de las «gotas frías», después de las depresiones frías en altura o como quieran llamarle, el anuncio de lluvia nos provoca miedo. Porque después de la última DANA, de la penúltima y antepenúltima, la imagen es la misma. Noche en vela y… Fregona, cubos, cepillos… Achicando agua del garaje. Por la noche, por el día. Toda la noche. Todo el día. Fango. Tarquines y bardomeras. Sacando con urgencia el coche del garaje inundándose y… ver inundarse el coche en la calle. Al menos no se lo llevó la corriente. Pero saber al día siguiente que el negocio de tu amigo –un restaurante– está perdido y la tienda de ropas de otros amigos y… Y los campos –lo has visto en la tele o te han mandado un WhatsApp con imágenes– los campos anegados. Todo perdido. Todo, ríos y ramblas, salido de madre.
Aitana Mas, portavoz adjunta de Compromís, presidenta de la Comisión de las Cortes Valencianas sobre la DANA en la Vega Baja, manifestó en agosto pasado que escuchar los testimonios de los alcaldes de la comarca «fue traumático» y, lo peor, el manifiesto «miedo de que vuelva a pasar en septiembre» (José Manuel Caturla en INFORMACIÓN, 14.08.2020). Testimonio con el que nos identificamos, trauma y miedo. Trauma porque hemos aborrecido lo que nos encantaba, miedo por la desazón que nos provocan ahora los cielos encapotados. Ni siquiera la ilusión de ver el arcoíris compensa la inquietud. Truenos y relámpagos ya no son pregón de juegos sino de retreta para preparar cubos, fregonas, tablachos, bombas de achique y –Dios no lo quiera– lamentos y llantos.
Ya ven, de la alegría de aquel niño saltando charcos a… Trauma, insomnio y miedo. Mucho miedo.
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