Mateo Marco Amorós / Uno de Aquellos…
Fotografía: Joaquín Marín
En el Hospital de la Caridad de Berlín dicen que hay una sala de lectura dedicada al anatomista Hermann Stieve. Y también una escultura del mismo como homenaje. Para los estudiantes del Berlín oriental Stieve era una eminencia. Nos lo cuenta el escritor Juan Miguel Contreras Camarena en «La aventura de la Historia» de julio pasado, recordándonos que los estudios del doctor se centraron en el miedo y sus repercusiones fisiológicas en el cuerpo de las mujeres.
Al respecto también recuerda Contreras que para dichos estudios las autoridades nazis facilitaron al reputado médico el listado de las mujeres en edad reproductiva que estaban condenadas a muerte, informándole de la fecha en la que iban a ser ejecutadas. Entonces, el anatomista exploraba minuciosamente a éstas y luego les comunicaba que iban a morir ahorcadas. Stieve quería conocer en concreto los efectos del miedo en la menstruación de las mujeres ejecutadas. Para su estudio histológico, consumada la pena, diseccionaba los órganos femeninos. Así fue, que se sepa, con ciento setenta y cuatro mujeres. O más. Cuatro de ellas embarazadas.
Elfriede Remark, modista alemana, hermana del escritor Erich Maria Remarque, autor de «Sin novedad en el frente», fue ejecutada en 1943 en una prisión de Berlín. Había cometido el delito de criticar a Hitler en varias conversaciones y en aquellos tiempos de delación, sus vecinos la delataron. El soplo le costó la vida. La decapitaron. Su cuerpo fue llevado al departamento de Anatomía de la Universidad de Berlín. Allí lo analizó Stieve, interesado como hemos dicho en el aparato reproductor femenino y las consecuencias del miedo sobre él.
El caso de la modista Remark fue un caso entre muchos casos en los que por mor de la ciencia se saltaron todos los principios éticos. De este tipo de prácticas abominables nacieron obras extraordinarias como el célebre «Atlas de Anatomía y Topografía Aplicada Humana» de Pernkopf, iniciado en 1933 y finalizado en 1960. De él se sospecha –sospecha que parece constatada– que algunos cuerpos utilizados para el estudio vinieron de los campos de exterminio. Por esto muchos estudiosos se han replanteado éticamente su uso.
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