José Aix, Vicealcalde de Orihuela y Secretario de Organización de Ciudadanos en la provincia de Alicante
Agosto es el mes en el que bajamos la guardia para dedicar más tiempo del habitual a aquellas personas y cosas que tenemos inmerecidamente descuidadas el resto del año. Temas triviales solían protagonizar las conversaciones en heladerías, sobre la esterilla o con agua a la cintura rodeado de niños en cualquier playa. Este año, sin embargo, la psicosis colectiva en la que vivimos ha dignificado las conversaciones estivales y ha incorporado un asunto de connotaciones sociales y hasta filosóficas: la educación. Al margen de las circunstancias, siempre es bueno que se hable de educación. En fin, ya lo dice el refrán: no hay mal…
Decir que la ministra Celaá y el conseller Marzà han actuado tarde en la toma de decisiones es hacer una afirmación objetiva, es, simplemente, decir la verdad, pero, desde mi punto de vista y en su beneficio, quizás no es lo más preocupante, pues todos hemos observado durante estos meses que nuestra tendencia natural a socializarnos ha vuelto a incrementar el número de positivos de COVID-19, por lo que, a buen seguro, las medidas pensadas dos meses atrás no servían ahora y, por lo tanto, había que revisarlas.
Eso sí, la tardanza de las propuestas es inversamente proporcional a la celeridad que la ministra mostró a la hora de descargar su responsabilidad en las comunidades autónomas y la similar velocidad del conseller para hacer lo propio con los directores de los centros educativos. Por lo visto, los niños no pueden jugar a la pelota, pero ellos sí pueden pasársela a otros.
Reducir, pues, el debate a una cuestión cronológica es ser generosos con ambos, con el señor Marzà y con la señora Celaá. El debate hay que ubicarlo en las medidas planteadas y en la voluntad de atajar de verdad los problemas de la educación de nuestro país por parte de aquellos que dicen ser sus más acérrimos defensores, y entonces, solo entonces, nos daremos cuenta de que estamos ante una sucesión de parches, de actuaciones de cara a la galería todas ellas insuficientes. Medidas efectistas más que efectivas.
Desde el Ministerio solo se ha publicado una guía de actuación de trece páginas ante la aparición de casos de coronavirus en los centros y una batería de medidas laxas (becas, programa PROA, planes de modernización y de uso de nuevas tecnologías…) de buena venta política, pero carentes de profundidad, de solidez y lo que es peor: insuficientes. Ya saben: nada como un plan grandilocuente para no hacer nada.
El Gobierno valenciano, por su parte, aumenta ligeramente el cupo de profesores y reduce ratios, pero carga sobre los hombros de los equipos directivos las decisiones importantes, la presión de que todo funcione. ¿Están los equipos directivos capacitados para elaborar planes de contingencia? Si falla el plan elaborado, ¿pedimos responsabilidades a los directores o al político que ha dado esta pauta? No olvidemos que detrás de un niño hay unos hermanos que se relacionan con su entorno, unos padres que trabajan, que hacen deporte, que van a hacer la compra; unos abuelos que comparten conversaciones con otros abuelos… Si tan serio es el riesgo que se asume en un centro educativo, ¿no debería eso verse reconocido en la nómina de los docentes?
Son muchos los interrogantes que plantea este inicio de curso escolar en el que el tema lingüístico, el espinoso debate del Islam en las aulas o la eliminación de barracones han sido sustituidos por una reflexión sobre la salud en la que las únicas certezas las ofrecen los docentes que día tras día trabajarán con nuestros hijos en el aula.
Entiendo que la situación es tan compleja que cualquier decisión que se adopte será siempre sometida al escrutinio público, pero lo que tengo claro –y creo que muchos de ustedes lo comparten conmigo- es que necesitamos que los centros educativos estén abiertos para poder nosotros, los adultos, marcharnos a trabajar con la tranquilidad de
que nuestros hijos están bien atendidos, y eso solo estaría garantizado si la inversión desde la Administración se centrara en un par de cuestiones esenciales: dotar los centros de más aulas y llevar a cabo una contratación masiva de profesorado.
Tantos años hablando de pactos educativos y seguimos sin darnos cuenta de que son estas dos medidas el plan de contingencia más efectivo ya no contra el virus, sino para dar la vuelta a un modelo de educación que siempre ha servido como arma arrojadiza. Mientras esto no ocurra, seguiré pensando lo mismo: maquillaje educativo.
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