Lo que el viento se llevó

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Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros

Joaquín Marín / Fotografía

Ya tiempo vivimos en la incertidumbre de no saber si ofendemos cuando hablamos o incluso cuando manifestamos aprecio a una determinada creación artística. Sirva de ejemplo lo sucedido con «Lo que el viento se llevó». Considerada un clásico imprescindible del cine, siendo magistral; cuestionada en la actualidad por inapropiada. Cosa que no es novedad porque ya fue discutida cuando su estreno allá por 1939. Discusión que ahora reeditamos desde un rigorismo agobiante. E igualmente con algunos clásicos de Disney como «Peter Pan», «Dumbo» «La dama y el vagabundo», «El libro de la selva», «Los aristogatos»; no recomendables para perfiles infantiles como antes se decidiera para «Canción del sur». Y así también para cuentos de toda la vida en los que hemos descubierto sexismo, heteropatriarcado, racismo y mil y un males que mejor evitar a la infancia.

Lo que el viento se llevó, lo que el viento se ha llevado ha sido la sensatez y tolerancia. La sensatez y tolerancia para comprender –y comprender no es compartir– cada cosa en su contexto. La sensatez y tolerancia para valorar lo positivo criticando lo negativo. Sin necesidad de censuras. Pero tengo la impresión de que olvidamos que nuestra alma no está plena de pulcritud. Que si atendiéramos el Evangelio que apenas cumplimos en su esencia, nuestra mano no estaría autorizada para lanzar piedra alguna. Ni siquiera para cogerla.

No estoy dispuesto a que la hipocresía me haga renunciar a cosas que me gustan aun lejanas a mi parecer. Pero no quiero perderme su inteligencia, su genialidad. Porque si fuera por mis prejuicios morales me perdería, por ejemplo, los versos de tantos poetas malditos que admiro. Versos que me concilian con la poesía. Entre ellos los de mi poeta preferido que desde los valores que imponemos hoy sería denostado por… Y así por diferentes motivos con muchos creadores. En la música, en el cine, en la pintura…

Y hablando de pintura aún saboreo la exposición de Balthus que hace unos años disfruté con mi familia en el Thyssen. Pero a lo peor soy un depravado y muy mala persona. Pero que muy mala persona.

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