Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
En 1999 veía la luz «La memoria insumisa», libro de Nicolás Sartorius y Javier Alfaya que aun reeditado consideramos que ha pasado demasiado desapercibido, echándolo de menos en las estanterías de las nuevas generaciones. Un ensayo cuyo título y contenido tienen vigencia. A modo de justificación, sentenciaron entonces los autores: «Si se nos hurtó durante tantos años la libertad no es sensato que se nos quiera hurtar también la memoria». Y en ello todavía estamos.
El viernes quince de octubre, en La Lonja de Orihuela, durante la presentación de la novela de Francisco Escudero, «Los camilleros del Ritz», recibimos una lección, desde la sensatez, contra intolerancias a favor de la memoria. Tanto Escudero, como el presentador, el sindicalista Antonio Gutiérrez, armaron sus discursos con razones en pos de una convivencia democrática que necesariamente para su consolidación debe asumir y dar respuestas a los ecos que todavía retumban desde el pasado. La democracia, lo hemos manifestado en alguna ocasión, no es meta sino camino. Y en ese camino nos quedan recodos por atender. Que quizás hayamos pasado por ellos no queriendo mirar. Pero nos llaman y nos llaman. Porque claman.
Por el contexto del libro, el Madrid de la Guerra Civil, Madrid del «¡no pasarán!» hasta que pasaron, nos enfrentamos a la mayor tragedia de España en el siglo XX. Pero también, por el contexto del libro, nos enfrentamos a una de las mayores vergüenzas de la España contemporánea, la de no haber solucionado el dónde están paisanos que, víctimas de la guerra y posguerra, desconocemos dónde sus huesos. Ciento catorce mil federicosgarcíalorca, por citar cifras oficiales, son muchos federicosgarcíalorca sin saber dónde están.
Que la Ley de Memoria Histórica antes, algunos la hayan convertido en Ley de Memoria Histérica, como ahora la Ley de Memoria Democrática, no nos exime de dar respuesta a esos ecos que re-claman desde el pasado y nos pesarán si no los atendemos. Antonio Gutiérrez dejó claro que en la Transición del consenso no se pactó ni olvido ni silencio. Porque es imposible poner dique a las voces tanto tiempo calladas, como a la memoria insumisa.
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