Uno de aquellos / Mateo Marco Amorós
Fotografía: Joaquín Marín
Cuando hablamos del cuento de Mark Twain titulado «Cuando yo era secretario de un senador», publicado en «La Correspondencia de España» en 1920, se nos quedó en el tintero el contenido de las cartas que le procuraron el cese como secretario. Sí dijimos que el Twain –que como secretario se nos presentaba– había escrito esas cartas –tres– por orden del senador respondiendo a peticiones ciudadanas. Y que las respuestas, directas y despectivas, eran antítesis de cualquier diplomacia.
En la primera misiva responde a electores que demandaban una oficina de Correos. El senador le había ordenado que contestase convenciéndoles de que dicha oficina era innecesaria. Twain escribe: «¿Para qué diablos quieren ustedes una oficina de Correos (…)?» Añade que no les servirá de nada. Que para qué querían recibir cartas si no sabrían leerlas. Que las que escribieran tenían poca probabilidad de llegar a su destino. Que lo que verdaderamente necesitaban –y con urgencia– era una cárcel y una escuela.
En la segunda, el senador le encarga que responda a unos vecinos que le habían pedido que gestionase del Congreso la incorporación de su iglesia al presupuesto general, indicándoles que la petición dependía de su Estado. Twain escribe recomendando al reverendo y comparsas que se dirijan al Consejo de Estado. Pero sin prisas porque su petición es ridícula. Que el Congreso «no se interesa por la religión». Para remate, califica a los feligreses como cortos de alcances, moralidad y devoción. Les dice que abandonen el proyecto «del cual deberían avergonzarse.» Y como la petición acababa diciendo «y eternamente pediremos a Dios…» Les dirá que eso es lo que necesitan: Pedir eternamente a Dios.
La tercera responde a unos consejeros municipales que querían que el Congreso reconociera los derechos del municipio a unos terrenos. El senador le pide que escriba una carta ambigua sin aludir a los terrenos. Pero la respuesta divaga. Les reprocha que habiendo muerto Washington ellos estén preocupados por los terrenos. Que la gloria, poniendo de ejemplo a Newton, es accidente. Les llama «venerables fósiles» y les dice que sigan escribiéndole porque sus chismorreos le distraen. Todo sinceridades políticamente incorrectas.
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