Mateo Marco Amorós / A cara descubierta
Joaquín Marín / Fotografía
En cuatro ocasiones, que recordemos, hemos aguantado largas esperas que hayan compensado el letargo. Si las recordamos es por su gratificación. Otras que hayamos soportado, mejor haberlas olvidado.
Entre las gratificantes, la del otro día en València, domingo diecisiete de marzo. Encontrándonos en la capital, decidimos acudir a la mascletá. Hace años habíamos vivido una desde uno de los ventanales de una de las torres laterales del Ayuntamiento. La vivimos como privilegio considerando el tiempo de espera y las incomodidades que nos habíamos ahorrado. Entonces, desde aquel ventanal, cómodamente, vimos a la gente concentrándose, como granos de arroz bullendo en paella, soportando apreturas, empujones, calores, lipotimias… Hasta empezar la fiesta. Hasta el… «Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà.» Sí, nos sentimos privilegiados por haber estado donde estuvimos. Y aquella mascletá nos emocionó.
Pero el otro día, viviéndola en la calle –»a peu de carrer»– descubrimos que la verdadera fiesta estaba ahí. Antes, durante y después de los petardos. Pretendiendo disfrutarla lo más cerca que pudiéramos, nos obligamos a una espera de dos horas donde queríamos. No éramos los únicos. Y compensó. Porque por mucho sacrificio que suponga, vale la pena. Sin duda, un balcón que dé a la plaza es un lujo para vivir una mascletá, pero sentir en la calle las vibraciones compensa más. El suelo tiembla. Y el alma de las gentes. Todo compensa la espera: Gente que come pipas. Que se sienta en las aceras, en el asfalto. Gente que se busca. Que abre un bote de cerveza. Un refresco. Agua. Que ríe. Que juega. Una pareja que se besa. Un niño que no llora. La fiesta antes de la fiesta, esperando el espectáculo. Espectáculo que nos emocionó mucho más que cuando en el Ayuntamiento.
Las otras esperas que recordamos largas pero satisfactorias fueron en Ámsterdam, para visitar la casa de Ana Frank. Otra en el Monte Saint-Michel, esperando y observando la crecida de la marea y… Y otra cuando los One Direction en el Vicente Calderón, en Madrid. Ésta por descubrir como teloneros a los Five Seconds Of Sumer. Cañeros. Muy cañeros. Como una buena mascletá.
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