Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
Una etiqueta en una tarrina de doscientos gramos de frutos secos estimula la consulta de un atlas. Sobre un mapamundi a doble página señalamos enclaves y trazamos flechas. Marcas que en su interrelación revelan vínculos ecuménicos. La almendra y el maíz frito, de España; el cacahuete, de China; el garbanzo amarillo, de Turquía; y el pistacho, de Irán. La trama que surge es una trama universal de viajes de ida y vuelta de oriente a occidente, y viceversa, concentrados en un pequeño envase de plástico. Lejanías combinadas en surtido de doscientos gramos. Mientras, algunos se empeñan en construir muros, orinando violencias en las lindes.
Cuando uno prueba la mezcla agradece los variados sabores, riquezas del mundo para deleite de los sentidos. La mezcolanza es buena. Nos enriquece. Como el mestizaje. Fortaleciéndonos en humanidades. Saboreando un pequeño cacahuete procedente del lejano oriente, si bien –dicen– introducido en China en el siglo XVII por los portugueses, percibimos por el horizonte, atardeciendo, el movimiento de unas caravanas de mercaderes. También aromas salitrosos de fletes portuarios. Comerciantes que hicieron del trasiego patria sin patria.
Por su parte, los garbanzos amarillos nos llevan a la Turquía del suroeste. Turquía no es sólo la maravillosa Estambul. Y del suroeste turco al este, donde el frontero monte Ararat, camino de Irán, donde el pistacho y las leyendas mágicas. En el Ararat la tradición de las religiones del libro, hijas devotas del padre Abraham, sitúan el encallamiento del arca de Noé frente a tesis académicas. Dudas a pesar de las dudas y de hipotéticos restos encontrados –o inventados– a lo largo de la historia de la nave salvadora. Hace catorce años Greenpeace reconstruyó una arca de Noé en este monte para concienciar contra el cambio climático.
Una mezcla de frutos secos, envasados en España con productos españoles como el maíz frito y la almendra, mezclados con otros frutos de allí y de más allá nos ha invitado a disfrutar de ciertos sabores y saberes humanos que nos hermanan en la aldea global. Mientras algunos encriptan su aldea particular alimentando diferencias. Sin saborear el delicioso mundo de la mezcla.
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