Mateo Marco Amorós / A cara descubierta
Joaquín Marín / Fotografía
A finales de marzo de 1939, entrando las tropas de Franco en Madrid uno de los primeros actos simbólicos fue quitar la estatua de Juan Álvarez Mendizábal en la plazuela del Progreso. Quitarla y destruirla. Y cambiar el nombre de dicha plaza por el de Tirso de Molina, religioso mercedario y escritor. Nos lo recuerda, bebiendo de Julio Caro Baroja, Mark Lawrence en una breve biografía sobre Mendizábal incluida en la obra colectiva «Nueva historia de la España contemporánea (1808-2018)». Mark Lawrence es profesor de Historia en la Universidad de Kent. Especialista en historia de la guerra, radicalismo y sociedad en el siglo XIX; y en historia comparada de la guerra civil.
Al respecto de Álvarez Mendizábal también nos informa de que a su funeral, en noviembre de 1853, acudieron diez mil personas. Y que en abril de 1856, durante el Bienio Progresista, el parlamento aprobó erigirle una estatua. Homenaje que, regresando al poder los conservadores, no fue hasta después de la revolución de 1868. Colocándose definitivamente la estatua en la plaza dicha, solar de un convento desamortizado. Allí estuvo hasta que por allí pasaron los enemigos del «no pasarán». Eliminándola.
Es un ejemplo, entre muchos, de la negación del contrario. Como si sólo hubiera una única posibilidad de ser. Para el ideario conservador, Mendizábal, por motivo de la desamortización, simbolizaba el anticlericalismo y, por la sangre de su segundo apellido –Méndez antes que Mendizábal–, lo judío. Y hubo tiempos en los que cuando se decía judío se añadía como coletilla lo de «pueblo deicida». También –esto lo recuerdo en mi infancia– cuando alguien escupía a alguien se le reprendía con un «no seas judío». Judío, además, es sinónimo de avaricioso y usurero.
El ensañamiento totalitario contra Mendizábal es muestra de la intolerancia contra nuestra propia historia. Esa manía de algunos por borrar del pasado lo que no les gusta. De algunos y de algunotros. Pero el pasado, tenaz, habrá de pesar sobre nosotros para que aprendamos de lo que nos benefició y evitemos lo que no nos benefició. Y cualquier intolerancia ni es bonito recuerdo ni buen ejemplo.
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