Artículo de opinión de Rafael Almagro Palacios
Concejal de Hacienda y Patrimonio del Ayuntamiento de Orihuela
Se cumple un mes desde que nos correspondió asumir a nosotros que, en algunas ocasiones, las personas somos meras hojas que lleva el viento de acá para allá. Son esas terribles ocasiones en las que la maravillosa naturaleza muestra su lado de fuerza bruta y descontrolada con capacidad más que sobrada de conseguir en pocas horas una gran devastación y transformar en desierto, ruina y desgracia lo que hasta entonces era fertilidad, armonía y porvenir.
Reconozcamos que vivimos en un lugar privilegiado de nuestro planeta. Con una generosa huerta, situada entre montañas alargadas y atravesada por un río que discurre muy lentamente en busca de su llegada al mar.
Nuestro idílico escenario que acostumbra a mostrarse como un precioso lugar donde luce el sol por las mañanas y en el que las gentes del campo y la huerta laborean en un clima primaveral casi todo el año, mientras otros tantos, transitan a lo largo y ancho de la Vega y su costa para trabajar en las fábricas, hospitales, comercios, … .
Pero también sabemos que no siempre es así. A veces el cielo, normalmente azul, se cubre de nubes grises y negras, cargadas de tanta agua que la tierra es incapaz de soportar. Los que tenemos una cierta edad hemos conocido ya otras riadas, como la de hace 3 años o la de 1987. Aunque no fueron tan salvajes como la que nos ha tocado vivir. Por desgracia, nuestros hijos ya han visto una, y nuestros padres también vivieron otras, y nuestros abuelos, así como los padres de nuestros abuelos, … hasta el origen. ¿Quién asegura hoy que no vuelva a suceder algo parecido en los próximos años?.
A través de las imágenes de móviles, medios de comunicación y redes sociales éramos conscientes de la gran magnitud de lo ocurrido. Pudimos comprobar que esto no era la típica «gota fría» a la que ya estábamos acostumbrados. Esto era «otra cosa». 500 litros por metro cuadrado en dos tandas apenas separadas por unas horas. Nada que ver con 2016 ni 1987.
La historia, y no tan lejana, nos ha venido dando cuenta de las anteriores visitas de los “Cuatro Jinetes del Apocalipsis” a nuestra tierra. Si nos referimos a inundaciones, todavía se recuerda la de Santa Teresa, el 15 de Octubre de 1879 (se cumplen 140 años); por San Andrés, el 30 de Noviembre de 1916; la acaecida del 21 al 24 de abril de 1946, la del 4 de Noviembre de 1987, y 18 de diciembre de 2016.
En cuanto a terremotos, no olvidemos que estamos situados en una zona de alto riesgo. El ocurrido en 1048 (destruyó la mezquita), en 1480, 1673, 1748 (se vino abajo la capilla de Monserrate). El más reciente, el de 1829 con honda repercusión en toda la Vega Baja dejando casi 400 víctimas.
Sin embargo, tal y como pasa con los accidentes, casi todos pensamos que ese tipo de cosas a nosotros no nos van a ocurrir nunca; pero, sin embargo, suceden. Y, el resultado, es desolador para muchos, muchísimos.
Hay personas que de un día para otro pierden su futuro al quedarse sin hogar, empresa y/o trabajo, vehículo. Sin mañana.
Durante el transcurso de la DANA y los días posteriores pudimos conocer a gente que daba todo lo que podía, incluso la vida si era preciso. Gracias a todos ellos, tanto a los que tienen nombre y apellidos como a los que no ha trascendido su identidad y su historia.
El presidente Puig habló de un “Plan Marshall” para la Vega Baja. Pues mañana es tarde. Porque, además de las primeras ayudas de emergencia necesarias para cubrir las necesidades más básicas, precisamos de la recuperación de nuestras empresas y comercios y la implantación de otros nuevos para dar trabajo a nuestros vecinos. También precisamos que se realicen todas las obras de infraestructuras hidráulicas, de transporte y de movilidad necesarias para nuestro desarrollo comarcal.
No debemos olvidar que todos los que hemos sufrido esta horrible experiencia somos víctimas, y no culpables. Y necesitamos, mejor, exigimos que se nos ayude a salir de esta horrible situación. Queremos un “Plan Marshall” y no un “Bienvenido Míster Marshall”.
Somos un gran pueblo y una gran comarca, y tenemos que demostrarlo. Siempre ha sido así. No cabe otra salida que ponernos a reconstruir y recuperar lo perdido. Con la suficiente energía como para sobresalir pronto por encima de los demás. Eso es lo que nos hace diferentes y nos hace sentirnos orgullosos.
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