Kilos que no eran kilos

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Mateo Marco Amorós / A cara descubierta

Joaquín Marín / Fotografía

Ahora resulta que un kilo no siempre era un kilo sino un poco menos. Científicos acaban de descubrir que la masa del «kilo perfecto», creado en 1889 a partir de una aleación de iridio y platino, fluctúa cincuenta microgramos. Coincidiendo con el Día Mundial de la Metrología lo explicó con detalle Patricia Biosca en ABC (20 de mayo de 2019).

La cosa no es para ir a las oficinas del defensor del consumidor a denunciar las posibles sisas y reclamar indemnizaciones porque cincuenta microgramos –según ilustra didácticamente la periodista– es lo que pesa un copo de nieve. Y el peso de un copo de nieve más o menos en la fruta, en la carne, en el pescado o… o en cualquier producto de la cesta de la compra poco ha de suponer al bolsillo de los clientes. Aunque quién sabe: «Tacita a tacita…» Sin bromas, el asunto sí que parece trascendental en ámbitos científicos donde la diferencia en peso de un copo de nieve, de una mota de polvo o de lo que nos pueda parecer insignificante puede afectar negativamente a un proyecto. Frustrándolo.

Al tiempo que nos ilustramos sobre esta novedad leyendo interesantes explicaciones científicas y recordando lo que nos gustó en París el Museo de Artes y Oficios, nos viene a la memoria, relacionado con el peso, las veces que nuestro amigo Alfredo Rojas Navarro nos refirió «la pasá del Pellejero». Alfredo Rojas solía aludir a esta anécdota –sin desvelarla– en sus «Charraícas del Paseo», diálogos escritos en habla villenera protagonizados por dos tipos populares entrañables: el tío Lorenzo y el tío Andrés. La anécdota se refería a un hecho protagonizado por un individuo apodado Pellejero y la dependienta de una tienda que tenía una habilidad especial para, vendiendo a granel, aumentar el peso de la mercancía deslizando su dedo con picardía sobre el plato de la balanza. Así la carga era lo que correspondiera en propiedad al producto más el disimulado empuje del dedo de la dependienta sobre el plato. Gramos arriba, aquellos kilos tampoco eran kilos. A lo que en una ocasión siendo cliente el Pellejero…

¡Lástima faltarnos Alfredo para contárnoslo!

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