Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro
Joaquín Marín / Fotografía
Suele decirse que la primera víctima en cualquier guerra es la verdad. Pero nos parece que la Historia es víctima hasta en la paz. Tanto por esa pretendida Historia narrada por quienes han vencido en los estragos como también por la glosada por aquellos que han perdido por los estragos. Unos escriben desde la jactancia, otros desde el revanchismo alimentado por la derrota.
A algunos que se dicen historiadores no les mueve comprender y saber sobre aquellos entresijos que nos han traído donde nos han traído. Fijando un objetivo, todo lo encauzan para defender un bando, causa o idea preconcebida. Arrimando ascuas a su sardina, desviando canales a su bancal, ignorando a conciencia aquello que no sirve a su noción. En el caso de la historia de Cataluña, por ejemplo, historiadores de prestigio vienen denunciado manipulaciones groseras. Así el hispanista Henry Kamen o el historiador patrio Ricardo García Cárcel. Éste último, no gratuitamente, con valiente firmeza, en una entrevista advirtió que «los historiadores no somos monaguillos de los poderes políticos». Así sea, así sean, así seamos en beneficio del saber histórico.
Por precisar un ejemplo, siguiendo con Cataluña, tanto García Cárcel como Kamen, y también otros historiadores, demostrando que durante la guerra de Sucesión no hubo una Cataluña unánime contra Felipe V, refutan uno de los argumentos en el que algunos independentistas fundamentan su razón de ser contra España. En un artículo divulgativo publicado hace años precisaba Kamen: «Hubo una Cataluña borbónica (Cervera, Berga, Manlleu, Ripoll, Centelles) como también un Aragón y una Valencia borbónicas» (EL MUNDO, domingo 7 de septiembre de 2014). El historiador británico ya había insistido contra ese manido argumento de la Cataluña toda contra el borbón, argumento iluminado por historiadores decimonónicos como Víctor Balaguer que según Kamen fue más poeta que historiador, antes poeta, sobre todo poeta; y su pretendida historia una «compilación de imaginaciones románticas».
Malo es que en Cataluña y en las otras Españas para defender patrias acudamos a discursos decimonónicos bravucones, llenos de exageradas glorias o penas frente a otros. Malo será porque tan orgullosos de ser como creemos ser, ni nos conozcamos ni reconozcamos. Y quien dice Cataluña dice España.
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