Huellas en el paraíso

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Fotografía de Joaquín Marín

Bardomeras y meandros / Mateo Marco Amorós

Fotografía / Joaquín Marín

En el caleidoscopio de libros de LA AVENTURA DE LA HISTORIA de julio, comentaba Pedro García Martín el libro Compañeros de viaje. Poetas en busca de su identidad, señalando que para la autora, Virginia Moratiel, «los poetas son los mejores compañeros de viaje, merced a su capacidad para formular las preguntas universales, aprehender el espacio y el tiempo recorridos, expresar en versos la sensibilidad que solo a ellos les ha sido dada». Compañeros de viaje tituló Jaime Gil de Biedma, poeta ausente en el libro de Moratiel, a uno de sus poemarios.

Codiciado tras conocer la reseña, el ensayo de la escritora argentina nos llegó tras la lectura de Huellas en el paraíso de María Engracia Sigüenza Pacheco. Siendo, lo de Moratiel, certificado de lo que sentimos leyendo los poemas de Huellas. Poemas que en el confinamiento nos oxigenaron con geografías y arquitecturas vividas. Un respiro impagable.

Llevamos años defendiendo, en clase y viajando, la necesaria educación de la mirada. Huellas en el paraíso es un ejemplo de mirada educada que hace, del viaje, verdadero viaje. Por reivindicarse y resultar catártico. John Keats en carta a Richard Woodhouse –lo cuenta Moratiel– dice que la verdadera actitud creadora consiste en abrirse al mundo, mimetizarse con él como haría un camaleón. Esto es, fundirse y confundirse con el espacio. A ser posible, añado, despiojándose de prejuicios y visiones previstas. Es al cabo, lo recuerda también Moratiel, el viajero de Nietzsche, ese der Wanderer que se asombra y adapta. Un viajar atento y desinhibido que nos transforma, como el que hemos apreciado viajando con Huellas en el paraíso. Porque viajar es, lo afirma Sigüenza, vivir. Aquí un viajar que dicta versos. Susurro sentido de geografías, monumentos y gentes.

Por las mismas fechas en las que salvo para tirar la basura y no teniendo perro apenas podíamos salir de casa, recibimos el borrador de la primera novela de un colega en la que un viaje trascendental es fundamento. Literaturas, poemario y novela, que viajando nos permitieron respirar. «Aférrate a mi cuerpo, / viajaremos juntos / hasta llegar al final, / (…)». Ahí la sugerente y salvífica invitación de María Engracia.

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