Mateo Marco Amorós / Bardomeras y meandros
Joaquín Marín / Fotografía
La primera vez que nos acercamos al Quijote nos llamó la atención que el ingenioso hidalgo, aleccionando a Sancho, le recomendara pronunciar «erutar» –así decían «eructar»– antes que «regoldar». Y «erutaciones» antes que «regüeldos». Entonces, por ser eructar y eructos palabras conocidas para un niño, como ignoradas las otras, nos parecían más finas las expresiones que denostaba el caballero. La novedad de esas palabras descubiertas –»regüeldo», «regoldar»– las hacía menos bastas a nuestro escaso conocimiento. Ahora cualquiera de ellas nos desagrada.
El hallazgo de un concepto más o menos novedoso, sustituyendo a otro manido por el común, parece que le otorga pulcritud. Al menos por algún tiempo. Como si por estrenado estuviera limpio. Mantel sin usar. Así me viene ahora la palabra «subnormal», antaño utilizada sin remilgos incluso para titular asociaciones solidarias con la causa de quienes precisan especial atención. Luego nos recomendaron sustituirla por «discapacitado». Pero ésta, sea para físico o psíquico, también la hemos desgastado apilándola en el leñero de los conceptos discriminatorios que alimentan la pira puritana. El Glosario de lenguaje respetuoso para la comunicación interna y externa publicado por el Parlamento Europeo tilda a «discapacitado» de inapropiado, recomendando decir «persona con discapacidad». Y así otros términos hasta hoy correctos. Por ejemplo, frente a «padre», «madre», «los padres», considerados ahora inadecuados, propone «progenitores».
Al respecto de este glosario, mi colega José Vicente Cortés Higón, profesor sagaz del Instituto de Educación Secundaria de Catral, se pregunta y me pregunta cómo calificar nuestros respectivos matrimonios al ver que el documento referido sugiere «matrimonio igualitario» para no decir «matrimonio homosexual». Se lo pregunta y me lo pregunta, porque si la unión de personas del mismo sexo es «matrimonio igualitario», qué matrimonio son las nuestras heterosexuales.
No sé. Tengo la sensación de que el viento, con capricho de viento desordenado, juega con las palabras. Un día útiles e inofensivas, otro lo contario. Y esto por no entrar en los últimos melindres ante diversas creaciones. Que de obra de arte y genialidad pasan a ser lesivas al considerarlas incorrectas. Como «Lo que el viento se llevó». Pero esto da para otro artículo.
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