Mateo Marco Amorós / A cara descubierta
Fotografía / Joaquín Marín
En la noche del veintisiete de febrero de 1933 el Reichstag, parlamento alemán, sufría un incendio. Con Hitler ya de canciller, los nazis catapultaron su auge político echando las culpas de las llamas a los comunistas. Pronto fueron detenidos el holandés Marinus van der Lubbe, tres comunistas búlgaros y el parlamentario comunista alemán Ernst Togler. También la policía realizó redadas masivas entre militantes del partido. El caso es un ejemplo de los muchos que hay en la historia del uso de la mentira con fines interesados. Eso que ahora los cursis llaman posverdad. Esa «distorsión deliberada de una realidad –según la RAE– que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.» En definitiva, manipular, mentir para justificar y/o lograr algo.
Adolf Hitler, apenas un mes como canciller, aprovechó el incendio para suspender las garantías constitucionales. Era el principio del fin de la República de Weimar. En las elecciones de marzo el partido nazi conseguirá una holgada victoria. Los historiadores señalan que, entre otras causas, el hecho de culpar del incendio del parlamento a los comunistas favoreció dicha victoria. En dos ocasiones, 1980 y 2008, la justicia alemana declarará inocente a Lubbe. Pero Lubbe había sido ejecutado en enero de 1934.
En estos tiempos que vivimos, donde es tan fácil difundir cualquier información, asustan las consecuencias de la siembra de la mentira. No estamos lejos, si no estamos ya en ello, de lo que narraba Orwell en su distopía «1984», donde el Ministerio de la Verdad tergiversa la historia al servicio del poder.
Repasamos los bulos que hemos recibido vía whatsapp. Recientemente varios. Y nos preocupa. Advertencias mentirosas sobre determinados productos, falsedades sobre fraudes… Fraude sobre fraude, inquietan y siembran incredulidad. Sirviendo también a intereses concretos. Al final nos pasará como al pastor mentiroso que engañaba con lo de «que viene el lobo». Por divertirse y burlarse de quienes acudían al socorro. Y sabemos que cuando de verdad vino el lobo nadie acudió en su ayuda. Perdiendo todo el rebaño. Y la moraleja: «En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso».
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