En defensa de los animales

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Mateo Marco Amorós / Nostalgia de futuro

Joaquín Marín / Fotografía

Hace años EL MUNDO (12.12.1998) publicaba un artículo de Polly Toynbee, columnista de THE GUARDIAN. Si el título adelantaba la idea fundamental –»Hay que salvar a los hombres, no a los animales»–, un destacado resumía el principal argumento: «La ciencia médica es precisamente el ámbito en el que existe mayor justificación moral para experimentar con animales».

La periodista británica contrastaba dos situaciones. Por un lado, la del activista Barry Horne, que en aquellas fechas llevaba más de sesenta días en huelga de hambre reivindicando que el gobierno creara una comisión para revisar las leyes sobre experimentos con animales. Horne, en contra de esos experimentos, estaba dispuesto a morir. A morir por esa causa, pero también, si no a matar, sí a incendiar fábricas y tiendas que consideraba atentatorias contra el bienestar animal. Barry Horne había sido condenado a dieciocho años de prisión por incendiario. En solidaridad, si Horne moría, el movimiento inglés a favor de los Derechos de los Animales (Animal Rights Militia) amenazaba con asesinar a diez científicos que emplearan cobayas en sus laboratorios.

Por otro lado, Polly Toynbee traía el caso de Andrew Blake, de treinta y seis años, incapacitado por la ataxia de Friedreich, enfermedad degenerativa para la que en el hospital universitario de Londres se buscaba solución experimentando con ratones. Andrew Blake había fundado una asociación en defensa de la investigación con animales y Toynbee se posicionaba a favor de dicha experimentación, argumentando en contra de lo que consideraba exageraciones de los activistas, defendiendo aquellas prácticas que pudieran salvar vidas humanas. Mejor intentar salvar la vida de un niño que la de un ratón, afirmaba.

El cinco de noviembre de 2001, lunes por la mañana, en el Hospital Ronkswood de Worcestel, Inglaterra, cumpliendo todavía prisión, debilitado por las huelgas de hambre, fallecía por un fallo hepático el activista Barry Horne. Tenía cuarenta y nueve años. El veinticuatro de mayo de 2002, gravemente enfermo, fallecía Andrew Blake. Tenía treinta y nueve años. En alguna ocasión los activistas defensores de los animales le habían mandado este mensaje: «Espero que mueras en agonía, lisiado». Y era –dicen– en defensa de los animales.

2 Comments

  1. Pues no seré yo quien no defienda a los animales pero si me han de poner en la tesitura de escoger entre la vida del animal y la del ser humano, lo tengo claro.
    Pues eso, no entiendo que se les quiera hacer daño a los animales pero mucho menos a las personas y que las personas sea alegren del sufrimiento y la muerte de sus congéneres.

    En una entrevista radiofónica, escuchaba al entrevistado que, queriendo como quería a sus dos mascotas, el ser humano tiene unas características que nunca podrán tenerlas los v

    • Totalmente de acuerdo
      Es que hay personas que si tuvieran la posibilidad de salvar un humano o un perro elegirían el perro sin ninguna duda ,y eso es ,por lo menos para mí ,algo inadecuado y estúpido.porque por supuesto que la vida del ser humano es más importante que la del animal,sin despreciar a esos .

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