Mateo Marco Amorós /Nostalgia de futuro
Joaquín Marín / Fotografía
El diez de marzo fallecía en Oxford el historiador John Huxtable Elliott. Descanse en paz quien con su buen hacer científico espoleó sin descanso nuestros afanes historiadores. Descanse en paz quien nos contagió el no descansar en paz descubriéndonos con su labor las inagotables posibilidades del historiar. Porque de él aprendimos que el saber histórico no es un conocimiento muerto, que lo que vamos aprendiendo sobre el pasado no cierra perspectivas sino que suscita nuevos interrogantes que nos invitan a investigar más. Para comprender mejor lo sucedido, para comprendernos mejor. Así, la historia que nos enseñó John H. Elliott es una historia viva, nunca definitiva, siempre por hacer, labor apasionante en continua revisión.
Porque un buen historiador es siempre un revisionista. Pero un revisionista con documentación precisa. Esto hay que recordarlo frente a quienes han confundido el revisionismo histórico con arrimar el ascua documental a su sardina ideológica, con conducir el agua de las fuentes a sus molinos llenos de prejuicios atendiendo sólo aquellos canales que ratifican lo presupuesto; y algunos hasta manipulando datos o especulando sin más y sin testimonios, elucubrando.
Leer a Elliott, el historiador de la limpia prosa y las fecundas preguntas –¡cuánta maravilla narrativa en su biografía sobre el conde-duque de Olivares!–, contagia una inquietud constante por saber. Porque en la labor de historiar, imitando su curiosidad infinita, siempre hay un rincón, un detalle, un personaje por conocer. Leer a Elliott es, al tiempo que aprender, apreciar nuevos horizontes de investigación donde las certezas nos conducen a nuevas dudas. Es el continuo por qué sobre los porqués. Actitud insaciable para una tarea inacabable evidenciando la complejidad de la realidad histórica, complejidad que manifiesta que lo más fácil es hacer juicios maniqueos sobre el pasado. Lo difícil, comprenderlo.
Mas otra lección muy importante nos transmitió Elliott: la de que los documentos en sí no son la historia. Porque hay que someterlos a una lectura y cotejo críticos. Así por ejemplo ante las cartas de Hernán Cortés que tantos historiadores venían interpretando al pie de la letra. Errando, denunció Elliott con la caballerosidad del sir que fue.
Deja tu comentario