El tiempo de la fuerza

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Mateo Marco Amorós / Uno de aquellos

Fotografía: Joaquín Marín

Fundado en Madrid por Andrés Borrego en 1835, el periódico «El Español» tuvo dos épocas. La primera hasta 1837, la segunda entre 1845 y 1848. Se subtitulaba «Diario de las doctrinas y de los intereses sociales». En la primera época colaboró Mariano José de Larra que el dieciocho de junio de 1836 escribía: «Si el tiempo de la fuerza está pasando, la palabra es el arma, la tribuna, la prensa, la cátedra son los campos de batalla.» Lo decía valorando la figura de Alcalá Galiano como político y catedrático.

Pero en 1836 en España el tiempo de la fuerza aún era. La primera guerra carlista era y sería hasta 1839, prolongándose casi un año más en el Maestrazgo con Cabrera al mando de las tropas carlistas. Guerra civil entre otras más que fueron y serían en España. Donde el tiempo de la fuerza había sido, era y sería. Porque un siglo y un mes más tarde de lo publicado por Larra, el dieciocho de julio de 1936, sería la guerra que aún escuece. Porque hay quienes parece que les luce echar sal sobre heridas. Y avivar rescoldos.

Amante de la palabra, Larra se empeñó porque fuera su turno. Aun hiriente en la ironía, penetrante en sus verdades y mortal sólo para la conciencia o para la vergüenza. Porque la palabra no hiere a quienes no tienen conciencia ni vergüenza pero les desnuda ante el común. Mas lo dicho: Junio de 1836 aún era tiempo de la fuerza y no de la palabra. Y era entonces. Y fue luego. Y es ahora. En España reeditamos con frecuencia nuestra fuerza bruta, nuestra energía bestial. Contra los otros. La «dialéctica de los puños y las pistolas» que diría José Antonio Primo de Rivera frente a la posibilidad de la palabra. Dialéctica de la sangre frente a la del argumento razonado. Dialéctica visceral. Cainita.

En la noche del trece de febrero de 1837, la niña Baldomera de Larra y Wetoret descubre el cuerpo de su padre con un tiro en la sien. Mariano José de Larra se había suicidado. Y dicen que por desamor.

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